martes, 21 de octubre de 2008

Un gesto de amistad

OCURRIÓ HACE 120 AÑOS
Un gesto de amistad
En estos días en que el mundo es testigo de una guerra -injusta, como todas- y del sufri-miento de un pueblo estoico, recordamos el aniversario de un gesto de amistad de dos pueblos que, llevados por estériles pasiones, fueron arrastrados a una lucha desproporcionada y fratricida. Calmadas las aguas, comenzaron a restañar las heridas ocasionadas por un conflicto armado que ensangrentó el suelo americano en la segunda mitad del siglo XIX.
Para ello, y como gesto de buena voluntad, el gobierno uruguayo condonó las deudas de guerra y devolvió los trofeos tomados al Paraguay durante la guerra contra la Triple Alianza.
Un día como hoy, hace 120 años -el 20 de abril de 1883-, la capital paraguaya fue esce-nario de un importante suceso diplomático: la firma del Tratado de paz, amistad y renuncia al cobro de los gastos de guerra. El documento fue rubricado por los cancilleres del Paraguay y de Uruguay, José Segundo Decoud Domec y Enrique Kubly y Arteaga. Por este acuerdo, se condonaron las deudas de guerra con la Triple Alianza, referente al Uruguay y cuya conse-cuencia inmediata fue la devolución de los trofeos en poder del Uruguay a nuestro país.
En efecto, según aquel Tratado, la República del Paraguay reconocía como "deuda suya" la cantidad de 3.690.000 pesos como importe de los gastos de guerra hechos por la Repú-blica Oriental del Uruguay para la campaña guerrera de 1865-1870, además de los "daños y perjuicios irrogados por la guerra, a los ciudadanos y demás personas amparadas por el derecho de la República Oriental del Uruguay".
Pero esta república, según dicho Tratado, "accediendo a los deseos manifestados por el Gobierno del Paraguay, y deseando dar a esta República (el Paraguay) una prueba de amistosa simpatía, a la vez que como un homenaje a la confraternidad sudamericana", declaró su renuncia formal al cobro de los gastos de guerra, equivalente a la suma mencionada, exceptuando las reclamaciones de particulares que pudieran sobrevenir dentro de los siguientes 18 meses desde la firma del Tratado.
La devolución de los trofeos se gestó durante una visita que el ministro de Relaciones Ex-teriores paraguayo José Segundo Decoud hizo a la capital uruguaya, en tránsito a Europa, ocasión en que fue recibido por el presidente, General Máximo Santos. Cuando el mandatario uruguayo y el canciller paraguayo, durante la visita a varias oficinas oficiales, estaban a punto de dirigirse al Museo Histórico, el General Santos cambió intempestiva-mente de planes. Por tacto, no podía llevar a tan ilustre visitante al lugar donde se exhibían los trofeos de guerra que el ejército de su país tomó al del Paraguay durante la pasada gue-rra de la Triple Alianza.
Dos años después de la firma del Tratado, a principios de abril de 1885, el presidente uruguayo, general Máximo Santos dirigió un mensaje al Congreso de su país, en el que incluyó un proyecto de ley, cuyo primer artículo decía "Concédese a V.E. la venia que solicita para devolver a la República del Paraguay los trofeos que tomó el ejército oriental en la guerra de la Triple Alianza contra el tirano de aquella Nación". Luego de breve tratamiento, los congresistas aprobaron la ley por aclamación.
El 14 de abril, el presidente Santos informó al encargado de negocios paraguayo en Montevideo, Juan José Brizuela, la determinación de su gobierno y que a fin del mismo mes, saldrían de Montevideo con destino a Asunción, las cañoneras General Artigas y General Rivera, conduciendo los trofeos.
El viaje de ambas cañoneras, con una nutrida delegación a bordo, sufrió algunos atrasos y sólo pudieron zarpar varios días después de lo programado. La comitiva que acompañó a los trofeos devueltos incluyó a delegados de ambas cámaras del Congreso nacional uruguayo, miembros del Poder Ejecutivo, encabezados por el ministro de Guerra y Marina, general Máximo Tajes, representantes del Poder Judicial, del Ejército, de colegios, el Regimiento 5º de Cazadores con su banda de música, etc.
Al tener conocimiento el gobierno paraguayo de la partida de las cañoneras que conducían a la delegación uruguaya y los trofeos de guerra devueltos por el gobierno uruguayo, dispuso que la recepción de la comitiva y los mencionados trofeos se hicieran con la mayor solemnidad que requería un acontecimiento de ese género y como expresión de gratitud y simpatía "a que el Pueblo y Gobierno Oriental se han hecho acreedores con la Nación Paraguaya", según decía el decreto presidencial respectivo, promulgado por el gobierno del general Bernardino Caballero Melgarejo.
Por medio de dicho decreto, el Gobierno dispuso que el día de la llegada de la delegación uruguaya fuera feriado nacional; que la llegada de la comitiva fuera saludada con una salva de 21 cañonazos, la entonación del himno uruguayo y el izamiento del pabellón de aquel país "en el asta de la bandera de la Capitanía del puerto y arriándose la bandera nacional, mientras dure la salva".
Igualmente, designó una comisión especial encargada de la recepción de la comitiva uru-guaya y su acompañamiento hasta la sede del gobierno nacional, y ordenó que al desembar-carse las reliquias, la cañonera Pirapó, toda empavesada, hiciera una salva de 21 cañona-zos.
Dispuso además, que un batallón de infantería de línea con su correspondiente banda de música se constituya en el puerto a solemnizar el acto del desembarco; que la banda de música ejecutase el himno nacional al tiempo de llegar a tierra las reliquias y se rindieran los honores correspondientes al pasar las banderas por delante del batallón, el que, formado en columna por mitades, debía acompañar a la delegación hasta el Palacio de Gobierno, donde una guardia de honor con su respectiva banda de música debía ejecutar el himno nacional a la entrada a la plaza de Gobierno hasta su llegada a la sede gubernamental donde serán solemnemente recibidos por el presidente y vicepresidente de la República, el obispo diocesano, el clero, funcionarios de estado y jefes de distintas reparticiones.
Nuevamente, al verificarse la entrega y recepción de los trofeos, otra salva de 21 cañonazos saludará el acto, al que fueron invitados docentes y alumnos de las diversas escuelas y colegios de la capital y pueblos vecinos, además de la población en general.
Para organizar la marcha de acompañamiento y de disponer todo lo referente a los actos a desarrollarse, el gobierno nombró una comisión integrada por los ciudadanos Francisco Rivas, Pedro P. Caballero, Dionisio Loizaga, Cecilio Báez y Fernando Riquelme.
Desde que las cañoneras uruguayas ingresaron a aguas paraguayas, los habitantes de los pueblos ribereños se convocaron a lo largo del trayecto, saludando a los ilustres viajeros agitando pañuelos blancos, encendiendo fogatas -a su paso en horas nocturnas- y entonando canciones, en señal de amistad y gratitud por el gesto del gobierno y pueblo uruguayos de la condonación de las deudas de guerra y devolución de los trofeos tomados por el ejército uruguayo durante la guerra contra la tríplice.
Las embarcaciones uruguayas pasaron por Humaitá, antiguo bastión paraguayo en un recodo del río epónimo, el 28 de mayo de 1885 y el 29, por Pilar. El 31 de mayo, a las 7 de la mañana, la flotilla uruguaya fondeó en la bahía de Asunción, donde fue saludada con las salvas de cañones y un abigarrado público de más de 10.000 personas.
A las nueve de la mañana de aquel memorable día, dice un cronista, "por diversas calles, convergieron a la plazoleta del puerto, las sociedades de Socorros Mutuos portuguesa, italiana, paraguaya y francesa, en corporación y con sus respectivas banderas y símbolos, como así mismo los alumnos del Colegio Nacional, Seminario Conciliar, escuelas municipa-Ales y particulares. Los balcones de las casas próximas se hallaban atestados de familias y cubiertos de flores y enseñas".
El desembarque se realizó a las 10:30 de la mañana, mientras la cañonera paraguaya Pirapó y la brasileña Fernando Veira, surtos en la bahía y elegantemente empavesadas, hicieron la salva de 21 cañonazos al desembarcar los trofeos.
Según una crónica de la época, "ya se encuentran otra vez en nuestro poder las banderas de la Patria. Las ovaciones fueron grandiosas, espontáneas y entusiastas. El acto fue tierno y conmovido a la vista de aquellas viejas enseñas de la patria, medio destrozadas y por la pólvora ensangrentadas, muchas de aquellas damas derramaron lágrimas, así como varios caballeros".
En medio de la algarabía popular, la delegación uruguaya llegó al Palacio de Gobierno, que entonces era el histórico edificio del Congreso nacional, donde fue recibida por las autoridadesobispo diocesano y el cuerpo diplomático acreditado ante el gobierno paraguayo.
Al entregar los trofeos, el general Tajes, jefe de la delegación, expresó, entre otras cosas: "... Si un día nuestras huestes pisaron en son de guerra el territorio de vuestros hogares, jamás un sentimiento de odio patricida, ni un propósito deliberado de predominio o de conquista, manchó la espada de los guerreros orientales, cuyas tumbas señalan todavía al pie de vuestras trincheras, tan gloriosamente defendidas, tan cruentamente conquistadas... Estaba escrito en los ocultos designios de la Providencia que los resultados de una lucha tremenda en que cada uno defendió con inmenso heroísmo, la seguridad de la patria, el honor y el prestigio de su bandera, se encerraba la vida del lazo de unión más estable que habrá de ligar para siempre a dos pueblos que aprendieron a estimarse y a amarse, aun en la hora suprema de la batalla".
Por su parte, el presidente paraguayo expresó que experimentaba "placer y dolor al contemplar estos despojos de la patria, devueltos hoy por los valientes que los supieron conquistar. La heroica y generosa República Oriental del Uruguay, al desprenderse de estas reliquias, viene a dar un elocuente ejemplo y estímulo a la concordia de los pueblos sudamericanos. Este acontecimiento sellará el eterno reconocimiento del pueblo paraguayo al pueblo y gobierno orientales".
A estas palabras siguió un brillante discurso pronunciado por el doctor Benjamín Aceval, agradeciendo el gesto del pueblo y gobierno uruguayos". Terminado el acto, se retiró del palacio, la multitud encabezada por el diputado Ildefonso Venegas, el director general de Correos, Manuel Ávila y el defensor general de menores, José G. Viera, portando banderas paraguayas.
El 4 de junio, la comisión uruguaya fue agasajada con un brindis en los salones del Palacio de Justicia -antiguo Club Nacional-, en cuya puerta se habían colocado los escudos paraguayo y uruguayo, bajo un arco de triunfo cuyos pilares se hallaban adornados con flores y con hojas de laureles. En esos días, en homenaje de los uruguayos, se realizaron otras festividades, comobanquetes, bailes oficiales y populares, carreras de caballos en la cancha Sociedad y otros lugares.
Días después, acompañados del presidente Caballero, visitaron el Solar de Artigas, en el barrio Santísima Trinidad, donde colocaron una placa conmemorativa.
En sesión de la Cámara de Diputados realizada el 10 de junio de 1885, por aclamación de todos sus miembros, uno de los homenajes que el gobierno paraguayo brindó al general Santos fue la declaración de ciudadano paraguayo y general honorario del ejército nacional. En la misma sesión fueron declarados ciudadanos paraguayos los integrantes oficiales de la comisión portadora de los trofeos: general Máximo Tajes, los doctores Carlos de Castro, Lindoro Forteza y Nicolás Granada, y el señor Clodomiro Arteaga. Este acto, también por aclamación, fue aceptado por la Cámara de Senadores en su sesión realizada dos días después.
Uno de los nombres más ovacionados en aquellas memorables jornadas fue el del general Máximo Santos -denominación que llevaría años después una de las principales avenidas asunceñas-. En gratitud por el gesto uruguayo, el gobierno nacional dispuso el arreglo y arborizado de la antigua plaza San Francisco, hasta entonces un despejado arenal destinado a la ejecución de condenados, para convertirla en una de las principales plazas de la ciudad con la denominación de República del Uruguay, cariñosamente bautizada por el vulgo, como Plaza Uruguaya. Para embellecerla, el gobierno uruguayo donó, además, un artístico enrejado de hierro forjado que, debido a las dimensiones del lugar, sólo cubrió dos de sus costados, siendo completados con una elegante balaustrada.
Cuando, en una de las transformaciones que sufrió, este enrejado fue llevado y colocado en una de las -hasta entonces- residencias suburbanas de la capital y es el que corona la muralla de la residencia presidencial, sobre la avenida Mariscal López. Durante la ceremonia de bautizo de la plaza, muchas damas se despojaron de sus alhajas y las depositaron en un cofre que fue enterrado, con el acta respectiva, en la esquina de las calles México y Eligio Ayala (algún tiempo después, manos desconocidas desenterraron dicho cofre y sustrajeron su contenido).
Así como apoteósica fue la recepción de la delegación y los trofeos, también lo fue la despedida. El pueblo -reunido en multitudinaria concentración- se agolpó en el puerto. Se repitieron los discursos, cerrados por un ¡Viva el Presidente Santos! proferido por el propio general Caballero a bordo del General Artigas, donde despidió a los ilustres visitantes, y que fue calurosamente seguido por la multitud. La cañonera Pirapó y el Cuartel de la Plaza saludaron a los viajeros con salvas de cañones. Poco después, las cañoneras zarpaban del puerto asunceño en medio de emotivas muestras de aprecio. Nuevamente, a lo largo de las barrancas del río, desde Ita Pyta Punta, hasta la confluencia de los ríos Paraguay y Paraná. Como grato recuerdo de su visita, la delegación dejó una donación a la Sociedad de Beneficencia, que permitió la construcción del Asilo de Mendigos de la capital paraguaya.

Luis Veron REVISTA ABC 20 DE ABRIL DE 2003

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