miércoles, 10 de diciembre de 2008

Pecados capitales

Los Siete Pecados Capitales son una clasificación de los vicios mencionados en las primeras enseñanzas Cristianas católicas para educar e instruir a los seguidores sobre moralidad. La Iglesia católica romana divide los pecados en dos categorías principales: los "veniales", aquellos que son relativamente menores y pueden ser perdonados a través de cualquier sacramento de la Iglesia; y los "mortales", los cuales, al ser cometidos, destruyen la vida de gracia y crean la amenaza de condenación eterna a menos que sean absueltos mediante el sacramento de la confesión, o siendo perdonados después de una perfecta contrición por parte del penitente. Comenzando a principios del siglo XIV, la popularidad de los Siete Pecados Capitales como tema entre los artistas europeos de la época eventualmente ayudó a integrarlos en muchas áreas de la cultura y conciencia Cristiana a través del mundo.

Listados en el mismo orden usado por Gregorio I, el Magno (c.540(?)-604) en el siglo VI y después por Dante Alighieri en la Divina Comedia (c.1308-1321), los Siete Pecados Capitales son los siguientes:

LUJURIA
GULA
AVARICIA
PEREZA
IRA
ENVIDIA
SOBERBIA

Cada uno de los Siete Pecados Capitales tiene un opuesto correspondiente en las Siete Virtudes. Así mismo, el octavo pecado capital Vanagloria fue eliminado por Santo Tomás de Aquino.

La identificación y definición de los Siete Pecados Capitales a través de su historia ha sido un proceso fluido y, como es común con muchos aspectos de la religión, la idea de lo que cada uno de estos pecados envuelve ha evolucionado con el tiempo. Este proceso ha sido auxiliado por el hecho de que se hace referencia a ellos de una manera incoherente o codificada en la Biblia y como resultado, se han consultado otros trabajos literarios o eclesiásticos para conseguir definiciones de los Siete Pecados Capitales. Purgatorio, la segunda parte de la Divina Comedia, casi ha sido la mejor fuente conocida desde el Renacimiento (c.~1400), aunque muchas interpretaciones y versiones posteriores, especialmente denominaciones más conservadoras de los Protestantes Pentecostales, en vez han mostrado la consecuencia para aquellos que cometan estos pecados como un tormento eterno en el Infierno, en vez de la posible purificación a través de la penitencia en el Purgatorio.

En 2008 se ha publicado una actualización del concepto en los denominados siete nuevos pecados capitales, con una atención especial hacia los llamados pecados sociales.

Lujuria (latín, luxuria)
La lujuria es usualmente considerada, de manera exagerada, como el pecado que incluye pensamientos o deseos obsesivos o excesivos de naturaleza sexual. Siendo que es simplemente pensamientos posesivos sobre la otra persona. Debido a su intrínseca relación con la naturaleza sexual, la lujuria en su máximo grado puede llevar a compulsiones sexuales o sociológicas y/o transgresiones incluyendo entre muchas de ellas a la adicción al sexo, adulterio y violación.

El concepto de Dante era el "amor excesivo por los demás," que por consecuencia sería amor y devoción a Dios como un segundo lugar. Explicando esto, significa que debido a que la fuente del amor es Dios, si no hay amor a Dios, no hay Amor en el humano, y la repercusión es un 'amor humano' caracterizado realmente por un desamor al prójimo. Este desamor es, en su origen, un vacío de amor dentro del humano y que intenta desesperadamente ser llenado con el amor de los demás. De ahí el hecho de que la persona busque convertir al otro en un objeto de su posesión de la cual pueda 'robar' o simplemente 'recibir' amor.

Lo anterior se convierte en una 'deshumanización' del ser supuestamente amado; una 'deshumanización' que borra la pespectiva personal del otro ser humano como pertenencia amorosa propia de Dios para convertirla en pertenencia obligada de uno, una pertencia para adquirir amor. Por ello, la consecuencia más común de la lujuria es el enamoramiento obsesivo y los pensamientos de objeto o posición personal que pueden manifestarse en sencillas conductas de celos y, en grados mayores, en el mismo deseo sexual.

Contra la lujuria,
- Amor a Dios,
- Amor al otro ser como objeto y creación de Dios,
- Renuncia a la persona 'amada',
- Reconocimiento de la posición de nada que es uno ante Dios.

Gula (latín, gula)
Actualmente la gula o glotonería se identifica como el consumo excesivo de comida y bebida, aunque en el pasado cualquier forma de exceso podía caer bajo la definición de este pecado. Marcado por el consumo excesivo de manera irracional o innecesaria, la gula también incluye ciertas formas de comportamiento destructivo. De esta manera el abuso de substancias o las borracheras pueden ser vistos como ejemplos de gula. En la Divina Comedia de Alighieri, los penitentes en el Purgatorio eran obligados a pararse entre dos árboles, incapaces de alcanzar y comerse las frutas colgando de las ramas de estos y por consecuencia se les describía como personas hambrientas. En la Divina Comedia, a los golosos los obligaban a oler el aroma de la comida sin poder degustarla.

Avaricia/Codicia (latín, avaritia)
La avaricia es, como la lujuria y la gula, un pecado de exceso. Sin embargo, la avaricia (vista por la Iglesia) aplica sólo a la adquisición de riquezas en particular. Tomás de Aquino escribió que la avaricia es "un pecado contra Dios, al igual que todos los pecados mortales, en lo que el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales." En el Purgatorio de Dante, los penitentes eran obligados a arrodillarse en una piedra y recitar los ejemplos de avaricia y sus virtudes opuestas. "Avaricia" es un término que describe muchos otros ejemplos de pecados. Estos incluyen deslealtad, traición deliberada, especialmente para el beneficio personal, como en el caso de dejarse sobornar. Búsqueda y acumulación de objetos, robo y asalto, especialmente con violencia, los engaños o la manipulación de la autoridad son todas acciones que pueden ser inspirados por la avaricia. Tales actos pueden incluir Simonía

Ira/Enojo (latín, ira)
La ira puede ser descrita como un sentimiento no ordenado, ni controlado, de odio y enojo. Estos sentimientos se pueden manifestar como una negación vehemente de la verdad, tanto hacia los demás y hacía uno mismo, impaciencia con los procedimientos de la ley y el deseo de venganza fuera del trabajo del sistema judicial (llevando a hacer justicia por sus propias manos), fanatismo en creencias políticas y generalmente deseando hacer mal a otros. Una definición moderna también incluiría odio e intolerancia hacia otros por razones como raza o religión, llevando a la discriminación. Las transgresiones derivadas de la ira están entre las más serias, incluyendo homicidio, asalto, discriminación y en casos extremos, genocidio. La ira es el único pecado que no necesariamente se relaciona con el egoísmo y el interés personal (aunque uno puede tener ira por egoísmo, por ejemplo, por celos). Dante describe a la ira como "amor por la justicia pervertido a venganza y resentimiento".

Envidia/Celos (latín, invidia)
Como la avaricia, la envidia se caracteriza por un deseo insaciable, sin embargo, difieren por dos grandes razones: Primero, la avaricia está más asociada con bienes materiales, mientras que la envidia puede ser más general; segundo, aquellos que cometen el pecado de la envidia desean algo que alguien más tiene, y que perciben que a ellos les hace falta. Dante define esto como "amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos." En el Purgatorio de Dante, el castigo para los envidiosos era el de cerrar sus ojos y coserlos, porque habían recibido placer al ver a otros caer.

Soberbia/Orgullo (latín, superbia)
En casi todas las listas, la soberbia es considerada el original y más serio de los Siete Pecados Capitales, y de hecho, es también la principal fuente de la que derivan los otros. Es identificado como un deseo por ser más importante o atractivo que los demás, fallando en halagar a los otros. Este pecado es cometido por Lucifer al querer ser igual que Dios.

Pereza (latín, acidia)
La pereza es el más “metafísico” de los Pecados Capitales en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal. Es también el que más problemas causa en su denominación. La simple “pereza”, más aún el “ocio”, no parecen constituir una falta. Hemos preferido, por esto, el concepto de “acidia” o “acedía”. Tomado en sentido propio es una “tristeza de ánimo” que nos aparta de las obligaciones espirituales o divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital. Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos. Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal.
Todos tenemos una tendencia hacia los pecados capitales. Ver Concupiscencia
Pecados Capitales
Virtudes para vencerles
1-Soberbia
ante el deseo de alto honor y gloria
Humildad Reconocer que de nosotros mismos solo tenemos la nada y el pecado.
2-Avaricia
ante el deseo de acaparar riquezas
Generosidad Dar con gusto de lo propio a los pobres y los que necesiten.
3- Lujuria
ante el apetito sexual
Castidad. logra el dominio de los apetitos sensuales
4- Ira
ante un daño o dificultad
Paciencia. Sufrir con paz y serenidad todas las adversidades.
5- Gula
ante la comida y bebida
Templanza. Moderación en el comer y en el beber
6- Envidia
resiente las cualidades, bienes o logros de otro porque reducen nuestra auto-estima
Caridad. Desear y hacer siempre el bien al prójimo
7- Pereza
del desgano por obrar en el trabajo o por responder a los bienes espirituales
Diligencia. Prontitud de ánimo para obrar el bien

De Wikipedia, la enciclopedia libre
(Redirigido desde Pecados Capitales)

lunes, 3 de noviembre de 2008

La visión argentina de la Guerra de la Triple Alianza


La Guerra de la Triple Alianza, a casi 150 años de distancia, todavía enciende toda suerte de pasiones. Sigue siendo un tema candente.

Bastaría una visita al Paraguay para comprobar hasta qué punto una contienda de hace casi un siglo y medio sigue viva en sus monumentos, en los nombres de sus calles, en las conversaciones de sus gentes y en los temas de sus publicaciones. Lo mismo ocurre en mi país adoptivo, Argentina. Allí también sigue siendo una herida abierta. Hay una frase del presidente Domingo Faustino Sarmiento, expresada en mayo de 1869, que sigue vivo en el subconsciente colectivo argentino: “La guerra del Paraguay concluye por la simple razón de que matamos a todos los paraguayos mayores de diez años”. Hay en la Argentina un sentimiento de culpa por lo que se le hizo al pueblo paraguayo. La inmensa mayoría de los argentinos opina que aquella guerra fue el más funesto error histórico, tal vez la mayor calamidad de la nacionalidad argentina. Este sentimiento de culpa no es nada nuevo. Nació cuando la guerra aún no había terminado. Tanto es así que el político y escritor José Hernández, autor del Martín Fierro, obra cumbre de la literatura argentina, sentenció ese mismo año 1869: “La sangre del Paraguay ha de brillar siempre en nuestra frente como una marca siniestra”.

Que la nueva generación de argentinos es tan sensible a la Guerra de la Triple Alianza como sus abuelos lo ha comprobado, por experiencia personal, el académico brasileño Francisco Doratioto. En el 2005, este colega fue a Buenos Aires a presentar su libro La maldita guerra. Los argentinos y la colectividad paraguaya estaban de acuerdo con él en el sentido de que aquella guerra que enfrentó a Brasil, Argentina y Uruguay contra el Paraguay fue, efectivamente, una “maldita guerra”. Pero tanto argentinos como paraguayos consideran inaceptable la tesis de Doratioto de que el imperio británico fue inocente de culpa en relación a dicha contienda. En un país como la Argentina, para cuyos pobladores la participación intelectual de Inglaterra en la Guerra de la Triple Alianza está fuera de toda discusión, que alguien vaya a decir lo contrario es, cuando menos, una actitud temeraria. Así que se armó una manifestación que marchó hacia el lugar donde el doctor Doratioto presentaba su libro. Menos mal que los manifestantes llegaron cuando el acto ya había concluido. El diario “Clarín” de Buenos Aires informó sobre aquel episodio con este título: “La sangre de la guerra del Paraguay llegó a Buenos Aires”.

Ese episodio de Buenos Aires, del que Doratioto fue involuntario protagonista, debe tomarse como una de las tantas confirmaciones de lo que señalo: a siglo y medio de distancia la Guerra de la Triple Alianza sigue siendo una cuestión propicia para la polémica y las opiniones divididas. Los ecos de la división de opiniones sobre la llamada Guerra del Paraguay llegan, incluso, a Europa. Así, en una revista de París, Francia, apareció en el 2006 un artículo firmado por Mar Langa Pizarro. Uno de los párrafos de dicho artículo consignaba: “El propósito declarado de Vidal Mario en Alianza para la muerte es rebatir la tesis que Francisco Doratioto expone en el ensayo Maldita Guerra”.

Una mancha en el alma de América
La Guerra de la Triple Alianza sigue siendo una mancha en el alma de América y los responsables de esa tragedia están identificados. Son: el emperador del Brasil, don Pedro II; el presidente argentino Bartolomé Mitre y el imperio británico.

Vengo de un país donde se sostiene que la primera y principal causa de aquella “maldita guerra”, como diría Doratioto, fue la política expansionista del Brasil, sumado a la repulsión personal que don Pedro II sentía hacia la persona del presidente paraguayo. Desde 1855 existían cuestiones de límites y de navegación entre el Paraguay y el Brasil. El imperio tenía miedo de que el creciente poderío económico paraguayo taponara las comunicaciones de la extensa provincia de Matto Grosso con el resto del mundo. Brasil ya había sufrido una humillación frente a Inglaterra en la cuestión Christie; otra humillación frente a los Estados Unidos en el incidente de Bahía y aún frente al pequeño y anarquizado Uruguay. Resulta que ahora también aparecía el Paraguay cazando al barco mercante brasileño Marquéz de Olinda en represalia por la invasión brasileña al Uruguay. Esto último ya era demasiado para el orgullo del imperio. Y el imperio consideró entonces que había llegado la hora de hacer una guerra aplastantemente victoriosa para dejar sentado ante todos los países sudamericanos que nadie podía, impunemente, ofender la honra del Brasil.

Quien más enérgicamente sostenía esta posición era, justamente, don Pedro II. Para él había sonado la hora de la guerra no sólo por la honra de Brasil, sino también, y muy especialmente, por la honra de la Corona.

Los agravios inferidos por el Paraguay con la captura del Marqués de Olinda eran el colmo de otro bochorno que Pedro II había recibido anteriormente del presidente paraguayo: una pretensión de López de desposar con la hija del monarca había sido recibida como terrible ofensa. López, para el Emperador, tipificaba la barbarie de los caudillos hispanoamericanos, de modo tal que su intención de introducirse en la familia real implicaba la osadía de rebajar a la Corona al nivel de una tribu guaraní.

Fue desde ese momento que lo que era cuestión internacional, de Imperio a República, se convirtió de persona a persona. Era esta situación que a criterio de don Pedro II solamente cabía definir por un extremo: la eliminación del hombre que había querido manchar el lustre de la púrpura imperial. Había que hacer la guerra y llevarla hasta un final que no podía ser otro que la destrucción de Francisco Solano López, o la extirpación de su poder o su expulsión del Paraguay. Don Pedro II quería que López desapareciera de la escena, y para siempre.

El otro gran responsable de la Guerra de la Triple Alianza, la más sangrienta y bárbara que jamás se libró en el continente americano, fue el presidente argentino Bartolomé Mitre. Este hombre, que se calificaba a sí mismo como el noble campeón de la causa liberal en Sudamérica, consideraba que López simbolizaba un mundo retrógrado de costumbres arcaicas. Firmó con el emperador Pedro II y con Venancio Flores (el presidente títere que ellos mismos instalaron en Uruguay) un tristemente célebre tratado secreto que cinco años después terminaría reduciendo al Paraguay en un fantasma de nación. Es conocida en la Argentina una caricatura de aquellos tiempos mostrando al emperador Pedro II en un carro imperial empujado por un burro con la cara de Mitre. La leyenda dice: “Mitre: asno del Brasil”, una frase que le pertenecía a Juan Bautista Alberdi.

Para fomentar la guerra contra el Paraguay Mitre fundó el periódico “La Nación”, que hoy sigue siendo uno de los periódicos más importantes de la Argentina. Dicho diario comenzó a lanzar sangrientas burlas y despiadados ataques, no sólo contra el gobierno del Paraguay, sino también contra la persona de su presidente, ridiculizándolos en todos los tonos posibles. Al presidente López lo tildaban de “degradado”, “papagayo”, “miserable opresor”, “Atila de las Américas”, “bárbaro habitante de los bosques”, entre otros términos impiadosos. Mitre, que le debía grandes favores políticos a López, quería instalar en los argentinos y en los europeos la idea de que el Paraguay era un bárbaro escondite manejado por un loco que se creía Napoleón, un delirante que quería lanzarse sobre los pueblos vecinos.

Cierto día Mitre escribe en su diario: “La República Argentina está en el imprescindible deber de formar alianza con el Brasil a fin de derribar esa abominable dictadura de López y abrir al comercio del mundo esa espléndida región que posee”. Conmueve la honestidad del presidente argentino: revelaba que la verdadera intención de la Alianza no era acabar con la “amenaza paraguaya” de la que tanto se hablaba, sino de abrir el rico mercado paraguayo “al comercio del mundo”, especialmente el inglés.

Los que no hicieron nada para evitar la guerra
El tercer condimento de responsabilidad de aquella trágica guerra lo encontramos en las potencias europeas, que nada hicieron para evitar la guerra. Nadie se levantó entre el Brasil y el Paraguay para hacer oír su voz a favor de la conciliación y del arreglo amistoso. Ningún país, europeo o americano, ofreció su mediación o buenos oficios. Nadie se interpuso entre Brasil y Paraguay; nadie propició alguna conferencia internacional donde se analizara la grave situación creada en el Río de la Plata y se propiciaran soluciones. Estaban frente a frente el Paraguay y el Brasil. Se sabía que la invasión del Uruguay por parte del imperio era la guerra con Paraguay. Y cuando el Brasil invadió al Uruguay nadie intermedió para evitar que a los hechos de Brasil el Paraguay respondiera también con los hechos.

De todas las naciones responsables de no hacer nada para evitar la guerra, o pararla una vez iniciada, la principal fue Inglaterra, la gran potencia mundial de la época. El imperio británico, por el gran prestigio militar, económico y político que gozaba en América del Sur se bastaba por sí solo para obligar a los beligerantes a hacer la paz. Jamás hizo una gestión oficial en tal sentido. Se limitó a mandar a un tal G. Z. Gould al Paraguay con el encargo de traerse a los súbditos británicos que quisieran abandonar el territorio paraguayo. Inglaterra, que quería que López desapareciera de la escena, simplemente dejó que el Paraguay se incendiara. De haberlo deseado, Inglaterra podía haber evitado la guerra. Brasil y Paraguay nunca habrían osado oponerse a un deseo de la reina de los mares.

El papel del historiador en la historia
Quisiera hacer una última reflexión, ahora sobre el valor de la historia. ¿Por qué cuento la historia de una guerra en este libro, Alianza para la muerte? ¿Por qué lo hace Doratioto en La Maldita Guerra? ¿O Julio José Chiavenatto en su libro Genocidio Americano? Que los historiadores contemos la historia de la Guerra de la Triple Alianza obedece únicamente a que esa es la tarea del escritor: acercar la historia a la gente. Los historiadores no rescatamos sucesos del ayer con la intención de fomentar el odio entre los grupos, entre las razas o entre las naciones. Lo hacemos simplemente porque la historia sirve para no repetir errores del pasado y porque hay cosas que no debemos olvidar. Es necesario recordar el pasado para no repetir los mismos errores, en el presente o en el futuro.

Los historiadores no cometemos el pecado de escarbar en heridas del pasado. Como acertadamente lo señalara el historiador norteamericano Kenneth Clark: “Tenemos que aprender de la historia. Las lecciones que aprendemos del pasado son muy importantes para pensar en el futuro”. Quisiera, por ello, terminar con esta frase del poeta inglés Samuel Coleridge: “Si los seres humanos aprendiéramos de la historia, ¡cuántas lecciones extraeríamos!”.

Vidal Mario*
*Escritor y periodista paraguayo-argentino, autor, entre otros libros, de Alianza para la muerte.

miércoles, 22 de octubre de 2008

DESPACHO PRIVADO DEL MARQUES DE CAXIAS, MARISCAL DE EJERCITO EN LA GUERRA CONTRA EL GOBIERNO DEL PARAGUAY, A S.M. EL EMPERADOR DEL BRASIL DON PEDRO II



Cuartel General en Marcha en Tuyucué 18 de Noviembre de 1867

Majestad.

Después de besar respetuosamente la mano Imperial de V.M., paso a cumplir con su augusta orden de informar a V.M. por vía privada, de la situación e incidentes más culminantes de los ejércitos imperiales, y de manera precisa que V.M. me ha encargado.

No obstante el esfuerzo destinado en formar la conciencia de las tropas, de que el lamentable acontecimiento de Tuyutí fue favorable para nuestras armas, por tener el pequeño resto de nuestras fuerzas en aquel campo restablecido la posesión de las posiciones perdidas en manos del enemigo, durante e! combate, tales han sido sus efectos, como ya tuve la honra de informar a V.M., que es moralmente imposible sofocar la profunda conmo­ción que ese deplorable acontecimiento produjo y aún está pro­duciendo en nuestras trepas.

Los gloriosos e importantes acontecimientos que por su parte coronaron nuestras armas en Vanguardia y nos dieron la ocasión de realizar la ejecución de nuestro gran pensamiento, de nuestra gran operación militar y nuestro gran paso estratégico de sitiar completamente al enemigo por agua y tierra, como el más eficaz, el más poderoso y el único medio de vencerlo, hacién­dole rendirse por falta de víveres, por falta de municiones y por falta de todo recurso de que se provea con su comunicación con el resto del país, ha servido, no hay duda, de un admirable y prodigioso estímulo para nuestras fuerzas. Después de cortar la línea telegráfica en su curso desde Villa del Pilar, después de tener cortada la comunicación terrestre del enemigo, sobre la parte oriental del río Paraguay, y llegar hasta la margen izquierda de este río y establecido en un punto de la fuerte batería, de nuestros mejores cañones, como tengo oficial y particularmente informado de todo eso a V.M., era natural que hubiese un gran y universal regocijo en todo el Ejército, en que participamos, al más alto grado, sus jefes, porque creíamos, ciertamente, que no más de cuatro o seis, y cuando mucho, ocho o diez días, serían únicamente necesarios para que López se rindiese incondicionalmente con todo su ejército.

El contraste de Tuyutí fue adormecido por esta inesperada y felicísima perspectiva; pero me es pesaroso tener que informar a V.M. que si grande fue la esperanza, el ánimo y la satisfacción de los ejércitos imperiales del que tengo la gran honra de ser su comandante en jefe y en grado aún mucho mayor fue su creciente desilusión y su desmoralizador desaliento, cuando se vio por hechos prácticos de lamentables efectos y consecuencias, que el enemigo no solo conserva su vigor, después de tantos días de cerrado sitio, sino que, burlando nuestras esperanzas y nuestros medios, abrió un camino grande y largo de comunicación por la parte del Chaco, que se encuentra protegido y fuera del alcance de nuestras armas.

Un estratega europeo, un militar cualquiera que conozca el arte de la guerra, opinará, sin duda, que enviemos nuestras fuerzas al Chaco para que nos apoderemos de esa nueva vía de comuni­cación del enemigo; pero aquel que estuviese en el teatro de la guerra, aquel que estudiase y sintiese las operaciones y los acon­tecimientos existentes en ella, estoy persuadido que dirá lo que digo: que esa operación es de todo punto de vista imposible, apoyado en los siguientes fundamentos.

Todos los encuentros, todos los asaltos, todos los combates existentes desde Coimbra y Tuyutí, muestran y demuestran, de una manera incontestable, que los soldados paraguayos están caracterizados por una bravura, por un arrojo, por una intrepidez y por una valentía que raya a la ferocidad, sin ejemplo en la historia del mundo.

Cuando esos soldados eran reclutas, esas cualidades ya las tenían y se habían adiestrado de una manera sorprendente. Hoy esos soldados reúnen a esas cualidades la pericia militar adquirida en los combates; su disciplina proverbial de morir antes que rendirse y morir antes de caer prisioneros, porque tienen esa orden de su jefe, había aumentado por la moral adquirida, es necesario decirlo, porque es la verdad, en las victorias, lo que viene a formar un conjunto que constituye esos soldados en un soldado extraordinario, invencible, sobrehumano.

López tiene también el don sobrenatural de magnetizar a los soldados, infundiéndoles un espíritu que no se puede explicar suficientemente con las palabras: el caso es que se vuelven ex­traordinarios, lejos de temer el peligro, enfrentando con un arrojo sorprendente, lejos de economizar su vida, parece que buscan con frenético interés y ocasión de sacrificarla heroicamente y venderla por otra vida o por muchas vidas de sus enemigos. Todo eso hace que, ante los soldados paraguayos, no sean garan­tía la ventaja numérica, la ventaja de elementos y las ventajas de posición: todo es fácil y accesible para ellos. A estas circuns­tancias que son de inestimable importancia, se une un fenómeno verdaderamente sorprendente. El número de los soldados de López es incalculable, todo cálculo a este respecto es falible, porque todos los cálculos han fallado. López tiene un gran número de fuerzas en su cuadrilátero de Paso Pucú; tiene fuerzas fuera de esas posiciones; tiene fuerzas en el interior de la República; tiene fuerzas en el Alto Paraguay; tiene fuerzas estacionadas en varios campamentos como Asunción, Cerro León y otros, y tiene fuerzas en el Chaco: y todas esas fuerzas son una misma en su valor, en su entusiasmo y su disciplina y moral; y todas esas fuerzas no son de soldados sin armas, ni de armas sin soldados, sino de fuerzas tanto al N. como al S.; aquí y en todas partes, ayer y hoy ya se han experimentado. Esas fuerzas tampoco son de hombres desnudos y hambrientos, sino de hombres, no obs­tante, mal vestidos, robustos, de soldados que sean de nueve palmos o de cinco, todos son uno.

Vuestra Majestad, tiene a bien encargarme muy especial­mente del empleo del oro, para, acompañado al sitio, solucionar la campaña del Paraguay, que viene haciéndose demasiado larga y cargada de sacrificios y aparentemente imposible por la acción de las armas, pero el oro, Majestad, es recurso ineficaz contra el fanatismo patrio de los paraguayos desde que están bajo el mirar fascinante y el espíritu magnetizador de López. Y es preciso convencerse, pues será crasa necedad mantener todavía lo contra­rio, que: los soldados, o simples ciudadanos, mujeres y niños, el Paraguay todo cuanto es él y López, son una misma cosa, una sola cosa, un solo ser moral e indisoluble; lo que viene a dar como resultado que la idea proclamada de que !a guerra es contra López y no contra el pueblo paraguayo, no solo es asaz quimérica, sino que, comprendiendo ese pueblo de que López es el medio real de su existencia, se comprenda también que es imposible que López pueda vivir sin el pueblo paraguayo, y a éste sea imposible vivir sin López, y es aquí Majestad, un escollo insupe­rable, un escollo que por sí mismo quiebra y repele el verbo de la guerra al Paraguay, en la causa y en los fines. Y es aquí lo que muestra la lógica de que es imposible de vencer a López, y que es imposible el triunfo de la guerra contra el Paraguay; porque resulta insostenible de que se hace contra López, y que en vez de ser una guerra que apunte hacia la meta de legítimas aspiraciones, sea una guerra determinada y terminante de destruc­ción, de aniquilamiento. Esto muestra, incuestionablemente, que si no tuviéramos doscientos mil hombres para continuar la guerra al Paraguay, habríamos en caso de triunfo, conseguido reducir a cenizas la población paraguaya entera; y esto no es exagerado, porque estoy en posesión de datos irrefutables que anticipada­mente prueban que, si acabásemos de matar a los hombres, ten­dríamos que combatir con las mujeres, que reemplazarán a éstos con igual valor, con el mismo ardor marcial y con el ímpetu y la constancia que inspiran el ejemplo de. los parientes queridos y nutre la sed de venganza. Y sería admisible un posible triunfo sobre un pueblo de esa naturaleza? Podemos, acaso, contar con elementos para conseguirlo, y si aún lo consiguiésemos, cómo lo habríamos conseguido? Y, después qué habríamos conseguido? Cómo habríamos conseguido, fácil es saber, tomando por exacto o infalible antecedente del tiempo que tenemos empleado en esa guerra, los inmensos recursos y elementos estérilmente emplea­dos en ella; los muchos millares de hombres también estérilmente sacrificados en ella; en una palabra, los incalculables e inmensos sacrificios de todo género que ella nos cuesta; y si todo eso no haya dado por resultado más que nuestra abatida situación, cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuántos elementos y recursos precisaremos para terminar !a guerra, esto es, para con­vertir en humo y polvo toda la población paraguaya, para matar hasta el feto del vientre de la mujer y matarlo no como un feto, aunque como un adalid. Y lo que tendríamos conseguido, también es difícil decir: sería sacrificar un número diez veces mayor de hombres de lo que son los paraguayos; sería sacrificar un número diez o veinte veces mayor de mujeres y niños de lo que son los niños y mujeres paraguayas; sería sacrificar un número cien mil veces mayor de toda clase de recursos de lo que son los recursos paraguayos; sería conquistar no un pueblo, pero un vasto cemen­terio en que sepultaríamos en la nada toda la población y recursos paraguayos y cien veces más la población y recursos brasileños. Y qué seríamos sobre un vasto cementerio? Seríamos los sepul­tureros que tendrían que enterrar las cenizas de nuestras víctimas, que responder a Dios y al mundo de sus clamores; y más que esto, desaparecida la población paraguaya, desaparecida la nación paraguaya y desaparecida en proporción equivalente la población brasileña, quién sería, sino, única y exclusivamente el Brasil, el responsable delante de las naciones extranjeras de los inmensos daños causados con esta guerra y a sus súbditos? Y exhausto de recursos y de población el Brasil, cómo responder a estas deudas sino con sus vastos territorios: Qué harían las naciones extran­jeras, aún con el mejor derecho de lo que hicieron las naciones bárbaras sobre el Imperio Romano? Qué derecho y qué práctica internacional alegaría en su apoyo el Brasil cuando se encontrase sepultando sobre una fosa de una nación soberana y de sí mismo, haría mucho menos que el Imperio Romano, que delante de los bárbaros se encontró como un cuerpo helado y frío, el Brasil ante las poderosas naciones extranjeras se encontrará como una planicie con entrañas de oro y diamantes. No habría una sola nación europea, como no habría una sola nación americana, que no se aliste y forme en las filas de esa revolución reparadora, y es para no dudar que nuestros aliados de hoy, el Estado Oriental y la República Argentina, que no se han sacrificado tanto como pretendíamos y habíamos deseado, reunirían sus restos, for­mando un cuerpo unido y compacto, poniéndose al frente de esa desesperada expedición sobre el Brasil, reclamando también, no solo los territorios de que se les ha despojado, sino hasta los mismos gastos y todos los daños y perjuicios causados por la guerra.
Pero, como en el cuadro que dejo trazado y se destacan dos acontecimientos inesperados, y de los menos esperados y no premeditados efectos de la guerra; y que, por tanto, lejos de tomar parte, contradice extremada y abiertamente el risueño re­pertorio de felices resultados que esperábamos de ella, basados en la gran facilidad de triunfar sobre el Paraguay, que no encon­traríamos resistencia alguna que nos detuviese en nuestra marcha triunfal un solo minuto y que como César sobre Farnaces en el Asia, diríamos a V. Majestad lo que él dijo al Senado Romano "Vini, vidi vici", cúmpleme informar a V. Majestad, como me propuse, lo que es en sí nuestra situación y nuestros elementos actuales para la guerra, suponiendo que ya tengo transmitido a V. Majestad de una parte muy importante que es el conocimiento del enemigo contra quien combatimos, y ojala hubiésemos tenido de él siquiera una remotísima idea, en lugar del cúmulo de falsas y erróneas apreciaciones que se han hecho de él.

Tengo dicho a V. Majestad que la operación de pasar fuerzas al Chaco para apoderarnos de la nueva vía de comunicaciones del enemigo, y desde todo punto de vista, imposible, ya por lo que dejo expuesto a V. Majestad, relativo al enemigo y también porque, comprendiendo el enemigo la importancia vital de esa vía, pondrá todos los medios de que es capaz para conservarla a cualquier costo; pondrá todos los medios para colocarla a cu­bierto de cualquier riesgo, y para eso cuenta con todos los elemen­tos que podrá necesitar y, cuenta, además, con el conocimiento del terreno de que nosotros carecemos absolutamente, pues siendo un terreno jamás transitado y, a su vez, apenas sabido pero no conocido, nuestros baqueanos se encuentran totalmente inhabilitados para suministrar la menor noción de él y aunque ese esencialísimo e indispensable conocimiento lo tuviéremos, cómo hacer el pasaje de nuestras fuerzas? No tenemos embarca­ciones para eso y las embarcaciones tendrían que ser acorazados; el río es caudaloso y las márgenes occidentales son bañados, terreno falso, carrizados y enraizados montes y el pasaje de nues­tras fuerzas, podríamos efectuarlas sorprendiendo o burlando la vigilancia del enemigo, impunemente? Imposible: el enemigo, en su radio de actividad, reúne una vigilancia superior a toda idea, y estoy en la verdad que ninguno de nuestros movimientos, sean
ellos ejecutados de día o de noche, escapan a su observación, lo que circunscriptamente haría sumamente peligrosa una expedi­ción rodeada de tan serias desventajas; y aún en el caso de que pudiésemos efectuarla, qué fuerzas dispondríamos para ello? No solamente correríamos un eminente peligro de que sucediese lo de Tuyucué, un contraste de mayores proporciones y de más fatales consecuencias que lo de Tuyutí, por la simple razón de que nuestras posiciones quedarían sumamente debilitadas por la falta de hombres; y entonces no solo se perdería Tuyucué, sino que también se perderían las fuerzas enviadas al Chaco, que quedarían aisladas, cortadas y a merced del enemigo, sujetas a toda clase de penurias y calamidades; en una palabra, se perdería todo; hay que además tener en cuenta una circunstancia de enorme peso, en nuestra consideración, que es la cualidad de nuestras tropas. Perdida la esperanza de que el enemigo se rindiese sin condiciones después de haber cerrado el sitio hasta la margen izquierda del río Paraguay y después de conocer la nueva vía de comunicación abierta y usada por el enemigo, no se oculta a la vista ni del más miope de nuestros soldados que: después de una campaña de tres años, plena de toda clase de privaciones y penurias, cribada de contrastes, en que todas las risueñas esperanzas se cambiaron por amargas y profundas decepciones; y cuando se confiaba estar al tan esperado final de ella, se abre una nueva campaña cuyo fin se pierde detrás de los horizontes de las borrascas que la amenazan. Esta idea que es hija de la realidad engendrada en los hechos, que es firme e ineludible, no cree V. Majestad, proce­diendo con buen raciocinio, que sería más que suficiente para atemorizar, para alejar, para asustar y espantar también a los soldados ejemplares de Napoleón I, y que les haría caer las armas de las manos si es que no se pronunciaran en abierta conspiración? Ciertamente que sí, porque no hay razón y menos derecho alguno para poner a tan dura prueba al hombre, y tanto más a un buen súbdito en una guerra, no de defensa, que puede ser con justicia indefinida, pero en una guerra de agresión, en una guerra de mera ofensa, cuyo final está sujeta al agresor y por cuya razón cae sobre él la responsabilidad del tiempo y de los acontecimien­tos. Y si esto aún debería de ocurrir con los soldados que tengan cubierto el mundo en sus armas y que guiados por un gran Capitán marchaban de victoria en victoria, juzgue V. Majestad lo que debe pasar con nuestras tropas. Nuestras tropas virtualmente opuestas a la milicia y a la carrera militar, encara a los sufrimientos, disciplina y peligros que le son inherentes; nuestras tropas, que el amor a los gozos de familia es superior y dominante a todo otro sufrimiento es que hoy se encuentran a millares de leguas de esos gozos y mucho más aún distantes todavía de la esperanza de volver a ellos; nuestras tropas que sin antecedentes, sin pre­disposición y sin hábitos militares, sí tendrán que arrojarse .de frente a una campaña de más sacrificios, de más sangrientas y formidables batallas, y todas funestas, de cuántas en la América y en Europa presenta la historia contemporánea; nuestras tropas que abandonan por la acción de la fuerza sus queridos lares y se lanzan a remotos climas, y un clima que por sí solo es bastante para combatirlas y consumirlas, como ha sucedido; nuestras tro­pas que antes de ser soldados han sido diseminadas o destrozadas por las armas enemigas o la peste; nuestras tropas, que se com­ponen de reservas de niños y ancianos; que han venido a impreg­narse de la desmoralización de los que con la muerte han condu­cido su carrera y que debajo del constante azote del enemigo, no consiguen respirar más que el pestilente aire de la desesperación; nuestras tropas, mezcladas con tantos extranjeros, muchos sin patria, como los franceses, ingleses, austriacos, suizos, prusianos, italianos, norteamericanos, etc. y otros trayendo su patria como los argentinos y orientales, sin aspiración legítima alguna en favor de la causa del Imperio, y generalmente todos ellos, corrom­pidos y por demás antipáticos a los súbditos brasileños, y vice­versa; nuestras tropas que no han tenido en su frente más que ruinas, montones de cadáveres y crudas derrotas en que inspirarse y que, al final se encuentran reducidas ya materialmente a una quinta parte de lo que fueron y moralmente a una quincuagésima parte. Cree, V. Majestad, por ventura que con ellas puede conti­nuarse la campaña del Paraguay, que podrá triunfar sobre el Paraguay, o cree, como creo yo, que no serán capaces de soste­nerse en nuestras posiciones fortificadas en caso de que el ene­migo nos haga un ataque? Pues, en la verdad, si nuestras mejores tropas y nuestras enteramente excelentes fortificaciones de Tuyutí, que no sirvieron sino de juguete a unas pocas fuerzas paragua­yas, porque realmente las deshicieron, apoderándoselas, incendiároslas e hicieron de ellas cuanto quisieron, causándonos inmensos e irreparables males y pérdidas, qué no habrá de esperar de un ejército vencedor sobre nuestras tropas y dentro de posiciones muy inferiores a las de Tuyutí?

Algo más, Majestad: la alianza con el General Flores y el General Mitre, suponía el concurso de fuerzas argentinas y orien­tales, y en buena hora ellas servirían moralmente o tendrían por objetivo hacer segura y tranquila la consumación de los fines de V. Majestad sobre el Paraguay, y materialmente aniquilar y des­truir el elemento militar argentino y oriental, para cuando las armas imperiales triunfantes sobre el Paraguay convergiesen sobre la República Argentina y la Oriental, éstas se encontrasen sin hombres, sin soldados, sin nada que pudiese oponerse a los deseos de V. Majestad, anexándolas al Imperio con toda facilidad; servirán como era consecuente de carne de cañón, de pasto para los combates; las fuerzas argentinas y orientales estaban siempre en la vanguardia, sufrían la peor parte y por último se acabaron volviéndose apenas un pequeño resto, y resto pernicioso. De los orientales ya no tienen metido en el ejército de V. Majestad un solo hombre; y de los argentinos, si bien han venido algunos, han venido con el espíritu de revuelta y anarquía, de un espíritu claramente manifiesto de oposición a la guerra, de hostilidad a la causa imperial y de simpatía a la del enemigo. Así es, pues, si para llegar a los fines de V. Majestad desearía de dejarse de cuantos argentinos y orientales viniesen al campo de la guerra para resguardar con su vida a los súbditos de V. Majestad, hoy se presenta una alternativa funesta de dos caras: si vienen, vienen a infiltrar su desmoralizado espíritu, su espíritu de oposición y si no vienen, las fuerzas brasileñas tendrán que sufrir inmediata­mente los efectos de las armas, como ya ha ocurrido en muchos encuentros, desde Tuyutí y después de Tuyutí. Ya en las pocas fuerzas argentinas que existen, hubo en estos días un comienzo de motín que fue sofocado, pero creo que el fuego no se extinguió y precisamente no nació en esas fuerzas sino que vino de la República Argentina y allí tiene su foco; lo que me hace temer que de un momento a otro, reviente una sublevación que será de todos modos funesta, porque dará lugar a un combate entre las tropas argentinas y brasileñas; el éxito de nuestra parte se hace dudoso, porque, en buena hora, nuestras fuerzas serán su­periores en número a las argentinas, éstas, con el arrojo que caracterizan a las conspiraciones, con las ventajas de poder tomar las mejores posiciones de apoyo y con el amparo que en todo caso podrá encontrar el enemigo, esto es, si no .fuese su eficaz protección, nuestras fuerzas se encontrarían envueltas en una difícil y sumamente crítica situación. Mis serios temores en ese sentido me han hecho concebir la idea de colocar en la vanguardia a este resto de fuerzas argentinas para que, si el enemigo nos ataca, perezcan ellas como por acaso entre dos fuegos, como hemos hecho en muchas ocasiones anteriores; y en caso de cons­piración, queden nuestras fuerzas aseguradas en sus posiciones y asegurada también su retaguardia; no obstante, por otra parte, estas fuerzas rebeldes que están contagiadas ya de la idea práctica de la conspiración que pulula en todas partes de la República Argentina contra la causa imperial sobre el Paraguay, porque el misterio retiró sus vendas y las consecuencias ya comienzan a sentirse y temerse, qué harán en la vanguardia? Nada más natural que conjeturar, sino que se pondrán de acuerdo con el enemigo, franqueándole sus posiciones en caso de un ataque a nosotros, incorporándose y operando conjuntamente sobre el ejército bra­sileño; o se pasen simplemente al enemigo debajo del expreso pacto que garantice sus vidas y sus actos pasados. Ya ve V. Majestad que la alianza con el General Mitre y el General Flores hoy ya no existe en cuanto a las condiciones en las propuestas; y que si de alguna forma algo se cumplió por la desaparición de más de veinte mil argentinos y más de ocho mil orientales, hoy que estos ya no vienen al campo de guerra y van aumentando los peligros que nos cercan, parece de extrema conveniencia que los ejércitos de V. Majestad queden estrictamente reducidos a sus súbditos brasileños; pero si esto se hizo así, no tendremos, por lo que dejo expuesto a V. Majestad, ni como sostener la campaña, ni la guerra contra el Paraguay y corremos el peligro de que a un golpe del enemigo desaparezcan de sobre la tierra los ejércitos de V. Majestad, y entonces, qué será del Imperio? V. Majestad debe pensarlo muy bien.

No se oculta, a primera vista, que mis precedentes observa­ciones resultan como corolarios en relación directa de la frustración de la operación ejecutada con el fin de sitiar completamente al enemigo y hacerle por medio del hambre, rendirse incondicionalmente. Pero hay otras consideraciones no menos serias que parten de esa misma operación y que me permito exponerlas a las ilustradas vistas de V. Majestad.
En justa apreciación del poder extraordinario, moral y ma­terialmente hablando, del enemigo, probado en los muchos con­trastes que activa y pasivamente han sufrido nuestros ejércitos, es que lo hemos reducido a la posible formación compacta y abandonando la idea de seguir adelante, por la propia seguridad, empleamos todos los medios de estricta defensa en que se han agotado todos los medios y la inteligencia de los numerosos ingenieros enviados por Vuestra Majestad.

Vuestra Majestad tuvo la bondad de hacerme conocer cuan triste y aflictiva era nuestra situación de manera general. Que la alianza había dejado de existir de hecho, mientras era manifiesta, sostenida y vigorosa la oposición del pueblo de las Repúblicas Argentina y Oriental a ella; y que, para calmarla o disfrazarla, ha sido necesario usar del único medio, de prometerle la cesación de la guerra y una próxima paz honrosa; pero que, siendo esa contradicción a los vastos fines del Imperio, Vuestra Majestad apenas utilizaba esa embriaguez embargadora de esos pueblos para activar la guerra, ya que acreditaba que el enemigo al fin tendría que rendirse y con su rendición todo se habría alcanzado. Que los cofres estaban exhaustos; que la deuda era inmensa y ya comprometía la tranquilidad del Imperio; que las Cámaras habían resistido abiertamente a aumentarlas, y que el gobierno pueda contraer nuevos empréstitos; y negándose también a ad­mitir más emisiones de título de crédito nacional; que por ese lado se hacía casi imposible la continuación de la guerra por más tiempo.

Que sintiendo los contrastes de la guerra y sus desastrosos efectos, que habían mudado diametralmente su apariencia de fácil y breve a la de penosa e imposible, los gobiernos extranjeros que habían consentido en inducir públicamente a sus ciudadanos en sus mismas plazas, calles y puertos, hoy ellos negaban y también protestaban contra esos actos; y que los mismos extran­jeros, que por ambición de oro, fácilmente abdicaban de su nacio­nalidad y de sus derechos y engañados venían de todas partes a ingresar en los ejércitos imperiales, hoy ya no había medios posibles para seducirlos, y que por tanto nuestros ejércitos se encontrarían en el futuro privado de ese valioso contingente. Que en cuanto a nuestros súbditos, desde las Cámaras generales de los gobiernos de Provincias y hasta la última choza en los montes, sostenían, una vigorosa oposición a la guerra, todo envío de contingentes a ella. Que V. Majestad, sobreponiéndose tam­bién al derecho constitucional, había allanado todas las garantías que éste proporcionaba al pueblo brasileño, y había ordenado la aprehensión capciosa y coercitiva de hombres, reclutando por este medio, a padres de familia, a ancianos y a toda clase de trabajadores y artistas y hasta niños, para encarcelarlos y mandar­los a nuestros ejércitos; pero que en Pernambuco, en Bahía y en casi todas las provincias del Imperio ocurrieron sublevaciones armadas, destrucción de cárceles y manifiestas conspiraciones contra esos medios violentos y anticonstitucionales, con marcada tendencia de una abierta oposición a la guerra, y que amenazando muy seriamente la unidad del Imperio, había Vuestra Majestad, para aquietar el espíritu público, hacer lo que hizo con la Repú­blica Argentina y Oriental: prometido la paz próxima y algo más, que ya no marcharía un solo brasileño a la guerra. Que, por estas razones y otras no menos capitales que dejo de mencionar, con lo relativo a algunas repúblicas sudamericanas, los últimos sucesos de México con el Emperador Maximiliano y los Estados Unidos del Norte, V. Majestad había tenido por bien comunicarme su indeclinable resolución, en consideración a mi responsabilidad, de salir de nuestro plan de defensa; pero que sin abandonarlo, active mis operaciones hasta llegar al rio Paraguay y cerrar allí el sitio al enemigo por agua y por tierra para alcanzar el deseado objetivo de hacerlo rendirse sin condiciones.
Esa operación se efectuó en lo que a nosotros nos toca y mi responsabilidad, séame permitido decir respetuosamente a V. Majestad, está a salvo. Pero esta operación, además de lo ya dispuesto, nos tiene colocado fatalmente en una nueva y peligro­sísima situación.

Nuestros ejércitos han disminuido y disminuyen considerablemente por los contrastes bélicos, por las pestes, entre las cuales se destaca el cólera. Que en todos los cuerpos de nuestros ejércitos y Armada, y en nuestros hospitales hasta lo que tenemos en Corrientes, hace diaria y espantosa mortandad. Nuestros re­cursos de boca también se han tornado tan difíciles y escasos que mantienen a nuestros ejércitos en una mala e insuficiente alimentación. Las deserciones son continuas, considerables y no habrá cómo contenerlas. Y en este estado que hemos salido de nuestro plan de defensa y extendido hasta llegar a lo imposible nuestra línea; habiendo la misma escasez de hombres y la natu­raleza del terreno, nos vimos en la necesidad de fraccionar nuestro poder militar en siete contingentes: la 1ª - que es la División acorazada que quedó en Humaitá y Curupayty; la 2ª - División no acorazada, que está acantonada desde abajo de Curupayty hasta Itapirú; la 3ª - los esclavos, restos de la División del Ejér­cito que se salvó el 3 de noviembre próximo pasado en Tuyutí; la 4ª - División que está sobre mis inmediatas órdenes en este lugar de Tuyucué; la 5ª - División que se ocupa del transporte de ganados, víveres y municiones de Tuyutí a este punto; la 6ª División de Vanguardia situada entre este punto y el de Tayy, y que también se ocupa de transportes de municiones de boca y de guerra a Tayy y la 7ª - División de Tayy. Estas fracciones se encuentran aisladas y apenas protegidas entre sí, y muchas de ellas hasta en difícil y costosa comunicación. Circunstancia que presenta al enemigo y facilidad de hacer con cualquiera de ellas o lo que hizo con la mejor fortificada que era la de Tuyutí. Por mi parte, debo francamente manifestar a V. Majestad que mis temores crecen de momento a momento, como de momento a momento decae nuestra situación y se alienta al del enemigo, de que éste, repentinamente dé un asalto a las posiciones que ocupo con la 4ª División de nuestros ejércitos; y si tal sucede, no es posible responder del resultado, pues ya tengo visto y experimen­tado que los soldados de López no sólo son invencibles, sino que son irresistibles. Si fuesen destruidas, que el cielo no permita, nuestras posiciones de Tuyucué, habríamos perdido el punto céntrico o centro de gravedad, el corazón de toda nuestra línea: sería perdida infaliblemente la 6ª División que quedaría cortada y sin apoyo alguno; quedaría perdida y perdida por rendición, la 7ª División de Tayy y las demás Divisiones, excepto la aco­razada que se encuentra imposibilitada de subir o descender, entre Humaitá y Curupayty sería obligada a abandonar sus po­siciones; y los demás de este aciago porvenir, V. Majestad puede medir.

Los peligros que cercan la situación del Ejército y Armada de Vuestra Majestad en el Paraguay, no es posible narrarlos detalladamente sin caer, quien lo haga, en la sospecha de que se encuentra dominado de un gran miedo, que está atemorizado y acobardado, pero confío que V. Majestad, haciendo justicia a mis antecedentes y mis sentimientos, no encontrará en esta exposición sino rasgos de lealtad y probidad, de amor a la suerte del Imperio de Vuestra Majestad.

Debo aún agregar sobre este punto dos palabras más, por lo que me atrevo a llamar no menos seriamente la atención de V. Majestad.

Hace algún tiempo que estoy haciendo notar ciertos incidentes desagradables y sensibles en nuestros ejércitos, que inspiraban recelos de que el enemigo tuviese en ellos alguna parte. Ese género de incidentes han sido advertidos más frecuentes y más graves desde que pisamos Tuyucué. Más frecuentes y más graves aún desde que nuestra 7ª División se encuentra en Tayy; y mucho más frecuente y más grave aún a medida que avanzamos.

Es un hecho que, habiendo más líneas nuestras de fortifica­ciones, haya más cuerpos avanzados de grandes retenes y sus detalles, en vigilante observación del enemigo, que se han esta­blecido uniformemente en todas las fricciones de nuestro ejército, cuadruplicados cordones de puestos, también de observaciones y vigilancia; pues Majestad, a través de todos estos medios, ni dejan de haber los que pasan al enemigo, ni dejan de existir desertores por todas las panes y lo que es más, han ocurrido robos de ganado en cantidad considerable, han habido incendios en el interior de nuestros campamentos que revelan el punto casi infalible que, en el interior de nuestros cuerpos, e! enemigo tiene considerable número de cómplices que conspiran constante y secretamente contra nuestra causa y en su favor, lo que nos hace temer mucho prudentemente que de un momento a otro haya acontecimientos funestos y desgraciados, cuya extensión no puede calcularse, o que reviente una rebelión en favor del enemigo, que estará siempre activo en protegerla, y cuyos resultados, serán fatales y funestos.

Vuestra Majestad, no dudo, habrá de ver que veo a través de esa situación: de que nuestros ejércitos, en cuanto a su orga­nización, que es, en general, la combinación de elementos cons­titutivos de los mismos ejércitos, basada en los intereses militares, políticos y económicos del país; y que tuvieron por objeto espe­cial: garantizar la seguridad interna y externa del país, desarmando a sus enemigos; sostener y defender ¡as instituciones patrias; desagraviar el honor nacional y mantener los derechos del Estado en sus relaciones con las otras potencias, han dejado de existir. Como han dejado de existir como el medio poderoso y único de sustentar la guerra contra el Paraguay y de llegar a los fines del Gobierno Imperial en ella.

No solo es pesaroso decírselo, sino un cuerpo que contiene las flagrantes infracciones del derecho público interno del Impe­rio; un cuerpo, que lejos de salvar el honor y sustentar sus intereses y la deshonra y el poder en inminente peligro; y es un cuerpo que lejos de prometer la consecución de los fines de la guerra, compromete la vitalidad del Imperio y engrandece al enemigo, enalteciendo su fama que ya tiene subido a un grado eminentísimo y que, sin más accidentes que el hecho de su resistencia por tanto tiempo, es bastante para que ante el mundo, ante la historia, ante nosotros mismos y para sí mismo, aprecie una gran victoria ganada en cada hora, en cada minuto, en cada instante, es victoria, Majestad, sobre nosotros, sobre el Imperio, sobre la Alianza y sobre nuestros recursos.

Extrañará tal vez a V. Majestad, que en mis apreciaciones y en mis datos, se hayan guiado independientemente de nuestra Armada; pero si lo tengo hecho es porque ella no influyó de manera alguna para mejorar nuestra situación y antes, lo contra­rio, para empeorarla; pero pasaré a ella.

La escuadra ha jugado y juega aún importante su papel de bloquear los ríos Paraná y Paraguay en sus desembocaduras y privar de toda comunicación a! enemigo, también con las naciones neutrales; pero la Escuadra, no obstante en combinación inme­diata con el Ejército, jamás adelantó una pulgada en las operacio­nes de la guerra. La división acorazada de la Escuadra pasó Curupayty para operar conjuntamente con el Ejército sobre Hu­maitá; pero quedando en su pasaje de Curupayty, inutilizada para afrontar las fortificaciones de Humaitá, tuvo que detenerse, escondiéndose de los fuegos de Curupayty como de Humaitá. El primer efecto fue frustrar el plan de ataque sobre el enemigo; el segundo, se deterioraron nuestros mejores navíos acorazados; el tercero, que quedan sin acción y bloqueada, y el cuarto, dar lugar al enemigo que haga en todo punto inexpugnables las fortificaciones de Humaitá; pues lo mismo que éstas no hubiesen absolutamente existido, no hubiesen tenido un solo cañón, un solo torpedo, una sola corriente, en cuatro meses ya había con su actividad pro­verbial, más que sobrado y suficiente tiempo para crear fortifica­ciones, para establecer todo género de obstáculos y hasta para cerrar de paredes de hierro el río. La División acorazada, pues, nuestra Escuadra, queda inutilizada, queda impotente no solo para ascender afrontando los peligros de Curupayty, que si antes se afrontaron con gran daño para nosotros, hoy no podrá hacerse sino con inminente peligro de perderse ante ella nuestra División acorazada. Esto sería sin duda, el mejor de los resultados en perspectiva, pues aún temo, y temo seriamente, que López, que todo puede con sus soldados, haga abordarla y la tome como prisionera; y entonces todo y todo estará perdido, y hasta no vería distante el peligro de ser bombardeada la Capital del Impe­rio. Entonces todos nuestros planes sobre las Repúblicas Argen­tina y Oriental, y las demás repúblicas sobre el Amazonas, que­darán frustrados y frustrados pura siempre.

Ante este cuadro, diseñado con el pincel de la verdad y la tinta de una saludable razón, como dirigido por los purísimos sentimientos de amor a V. Majestad y al Imperio, qué camino nos toca seguir, cuál paso nos cumple dar? Yo no veo otro. Majestad Imperial, que el de hacer la paz, y hacerla cuanto antes, con López. Con la paz tendremos equilibrado en su manifestación moral nuestra causa, con la paz tendremos a salvo los i estos de nuestros ejércitos y nuestra Armada; con la paz tendremos a salvo el Imperio; con la paz tendremos conservada nuestra actitud d; un mejor tiempo para llevar adelante y con los otros medios a las pretensiones imperiales sobre las repúblicas americanas, con la paz conservaremos nuestra ascendencia sobre las Repúblicas Argentina y Oriental, por razón de los compromisos que el General Mitre y el General Flores han contraído con el gobierno de V. Majestad y por razón también de la aumentada deuda de estos pueblos con el Imperio.

Un punto de fácil solución que me resta aún mencionar a V. Majestad, y esto es lo que se refiere a nuestros aliados. Cuando al General Flores se le había retirado ex-abrupto del campo de la guerra y no concurrido con un solo hombre, claro es que no tiene derecho a gestión alguna sobre los actos de V. Majestad en la solución de la cuestión; debiendo considerarse por todos los acatamientos, como un miembro pasivo de las deliberaciones de V. Majestad.

Y en cuanto al General Mitre, después de su obstinado empeño en hacer prevalecer su personalidad de acuerdo con el tratado del lo. de Mayo, está convencido que sin pueblo y sin soldados debe no solamente someterse a cuanto V. Majestad haga por bien disponer, sino más aún, de ser las armas imperiales a las que debe concurrir buscando el único amparo que debe buscar. El General Mitre está resignado plenamente y sin reservas a mis órdenes; él hace todo cuanto le indico, como ha estado muy de acuerdo conmigo, en todo, hasta a que los cadáveres coléricos sean lanzados desde la escuadra, como de Itapirú a las aguas del Paraná, para llevar el contagio a las poblaciones ribe­reñas, principalmente las de Corrientes, Entre ríos, y Santa Fe, que le son opuestas; pero convencido de nuestra situación y aunque con la paz queden nulas sus aspiraciones de virreinato, comprende también que es razonable e imperioso abandonarlas, y que la paz es el único medio salvador de nuestra peligrosa situación. El General Mitre está también convencido que deben exterminarse los restos de fuerzas argentinas que aún le sobran, pues que de ellas no divisa sino peligros para su persona. Pero él espera, finalmente, que por medio de la paz tendrá satisfecho el clamor del pueblo argentino y de sus tropas y que así habrá podido terminar pacífica y honrosamente su presidencia y que conservando la ascendencia de su partido, podrá continuar traba­jando en favor de la idea que hoy quedará postergada y podrá con el tiempo, pudiendo hacer valer su influencia oficial para la elección del nuevo presidente, preparar e! país y las cosas, con el poderoso auxilio de V. Majestad, a los mismos objetivos de la Alianza, que esta vez no se puede realizar. Si así no fuese y la guerra consumiere el tiempo bastante cono que le resta de su período presidencial, si es que no fuese depuesto por la revolución que sigue triunfante y tomando mayores proporciones en las provincias del Norte, seguramente, que su abatido partido caerá por tierra, el partido nacional se encontrará preponderante y en los trabajos electorales que ya habrían comenzado, saldría sin duda triunfante la candidatura de un Corifeo de ese partido, que el General Mitre teme mucho que sea el General Urquiza; y el General Urquiza, Majestad, en buena hora había procedido favo­reciendo con eficacia los fines de V. Majestad en la guerra al Estado Oriental apoyando la conducta del General Mitre en cuanto a la Alianza, y cooperando aunque disimuladamente pero poderosamente en la guerra actual contra el Paraguay y el General Mitre y ya creemos que el General Urquiza tendrá necesidad de buscar garantías de su posición en el mismo partido nacional; y si la República Argentina en general así como el Estado Oriental, les son antipáticas a la Alianza de la guerra al Paraguay, a ese partido nacional le es odiosa; en cuanto al General Urquiza que cuando ha necesitado del Brasil le sirve bien y cuando no, le huele mal, no ofrece vacilación al juicio que a él en la presidencia de la República Argentina, le importará la rescisión de la Alianza, la denuncia contra ella, que será nada menos que la Alianza con el Paraguay y la guerra contra el Brasil, que es para temer que no sea simplemente la de la triple alianza de las Repúblicas del Paraguay, Argentina y Uruguay sino de toda la América, inclusive la del Norte, pues todas estas repúblicas, más que las causas pendientes que han tenido con el Imperio, no les faltarán pretextos que alegar; y así como el Gobierno del Brasil en la guerra con el Estado Orienta! rechazó la mediación del gobierno paraguayo; rechazó el arbitraje de las naciones neutrales y rechazó todos los medios de conciliación, porque la guerra le prometía un triunfo fácil y seguro, la alianza americana estará en el mismo derecho, autorizada, por esos notorios antecedentes, para lanzarse a la guerra sin previa declaración, sin manifestación de motivos y de una manera intransigente y de irrefrenable arbitrariedad, apoyada por el buen argumento de la seguridad y la facilidad del triunfo; seguridad y facilidad infalibles, pues que el Imperio se encontraría entonces absolutamente incapacidad para enfrentar por un solo día esa guerra, que traerá por resultado la desaparición del Imperio cuyos territorios serán recuperados por las repúblicas limítrofes que fueron sus propietarias primitivas; otras fracciones serán conquistadas y otras serán, con su población, constituidas en varias naciones independientes que abrazarán el gobierno democrático y que hoy mismo aspiran muchas provincias del Imperio y es natural en todas las asociaciones políticas del mundo. A la sombra de esa guerra, nada puede librarnos de que aquella inmensa esclavitud del Brasil del grito de su divina y humanamente legítima libertad; y tenga lugar una guerra interna, como en Haití, de negros contra blancos, que siempre tiene amenazado al Brasil, y desaparezca de él la escasísima y diminuta parte blanca que hay.

Todas esas consideraciones y otras que aún omito, por dejarla a la ilustrada interpretación de V. Majestad, me hacen insistir en la idea de la paz.
A la paz con López, la paz, Imperial Majestad, es el único medio salvador que nos resta. López es invencible, López puede todo; y sin la paz, Majestad, todo estará perdido, y antes de presenciar ese cataclismo funesto, estando yo al frente de los ejércitos imperiales, suplico a V. Majestad la espacialísima gracia de otorgarme mi dimisión del honroso puesto que V. Majestad me tiene confiado.

Entiendo cumplidos mis altos deberes, de Mariscal y Comandante en Jefe de los Ejércitos de V. Majestad, de leal súbdito de V. Majestad, de las calificadas dignidades que me ligan a la casa imperial, y de mi lealtad de ciudadano, ruego a V. Majestad, quiera dignarse recibir en buena hora mi exposición privada.

Hago sinceros votos por la augusta vida de V. Majestad, por la excelente salud de la familia imperial, y el acierto del Gobierno Imperial de V. Majestad.

Beso la Imperial Mano de V. Majestad.


El Marqués de Caxias

martes, 21 de octubre de 2008

UN PARAGUAYO TRIUNFADOR


"Nunca se es profeta en propia tierra", tal vez fue la frase que más escuchó cuando este paraguayo se convirtió en un prestigioso profesional en el Brasil. Hoy, Julio César Saucedo Mariño es un importante cirujano cardiovascular, además de profesor de la Universidad de São Paulo y médico del plantel del Hospital Sirio Libanés de dicha ciudad brasilera. El éxito profesional y personal es parte del frondoso currículum del doctor Saucedo Mariño, un caapuqueño que se alejó de sus raíces hace 41 años para ir en busca de mejores horizontes al país vecino... y lo logró. "Quizás no hubiera tomado esa decisión. Pero un acontecimiento ingrato a mis recuerdos lo precipitó", relata recordando las circunstancias que en aquel momento de su vida, estuvieron a punto de hacerle perder las esperanzas de estudiar y convertirse en médico. Al terminar la secundaria en el CNC, había reunido los mejores puntajes para ser admitido como estudiante de la carrera de Medicina en la Universidad Nacional de nuestro país. Pero, las autoridades académicas de entonces del Colegio Nacional de la Capital no lo permitieron, alegando que ese muchacho, aunque excelente estudiante, "era del interior" y por lo tanto, sospechaban que no estaba "capacitado" para ser universitario. "Ocurría que los mejores egresados tenían derecho a acceder directamente a la universidad --nos explica-- "A mí me lo negaron y le dieron el lugar a un familiar de un miembro del entorno político de aquella época".
Nacido en Caapucú, hijo de una educadora y un tropero, conoció los avatares de la vida desde temprana edad. "Adonde mi madre era designada para cumplir con sus tareas de educadora, mis hermanos y yo la acompañábamos para realizar nuestros estudios. El secundario lo hice en Asunción, en el CNC y de allí fui al Brasil. Tenía conocimientos de la prestigiosa Universidad de Medicina de São Paulo, y me inscribí a través de un convenio cultural en Paraguay y Brasil que ofrecía 6 vacancias. Fueron años de sacrificio y entrega a la profesión, donde todo tenía en contra, hasta el idioma", añade el médico que es especialista en cirugía cardiovascular y único extranjero integrante del plantel de profesores de la facultad paulista y del Hospital Sirio Libanés. Allí trabaja intensamente y atiende en consultas a centenares de pacientes provenientes de distintos puntos del Brasil y de países vecinos, incluido el Paraguay.
Fiel a su amor por el campo y los animales, adquirió en Villa Florida-Misiones, una estancia a la que denominó "Don Salvador", en honor a su padre. En ella se dedica a su otra pasión: los caballos andaluces. Estos fueron traídos de sus aras de São Paulo, donde se encuentran varios ejemplares, además de cuartos de milla. "Siempre pensé en invertir en mi país de origen, a pesar de la crisis, de la impunidad y las iniquidades que se cometieron y que arrastraron al Paraguay en las condiciones en que está. Pero confío en la nueva gestión y creo que así como Brasil está saliendo adelante, nosotros lo haremos. Después de llegar al fondo del pozo, lo único que resta es buscar la salida". También nos confiesa que tiene otros amores en su vida: especialmente la música, que quiere tanto como para tomar clases de guitarra, para perfeccionar sus conocimientos sobre ese instrumento que siempre tocó de oído. Una muestra más sobre la personalidad del doctor, quien no deja de esforzarse para aprender y no se deja vencer por los obstáculos.

REVISTA DEL DIARIO NOTICIAS DOMINGO 27 DE JULIO DEL 2003

Un gesto de amistad

OCURRIÓ HACE 120 AÑOS
Un gesto de amistad
En estos días en que el mundo es testigo de una guerra -injusta, como todas- y del sufri-miento de un pueblo estoico, recordamos el aniversario de un gesto de amistad de dos pueblos que, llevados por estériles pasiones, fueron arrastrados a una lucha desproporcionada y fratricida. Calmadas las aguas, comenzaron a restañar las heridas ocasionadas por un conflicto armado que ensangrentó el suelo americano en la segunda mitad del siglo XIX.
Para ello, y como gesto de buena voluntad, el gobierno uruguayo condonó las deudas de guerra y devolvió los trofeos tomados al Paraguay durante la guerra contra la Triple Alianza.
Un día como hoy, hace 120 años -el 20 de abril de 1883-, la capital paraguaya fue esce-nario de un importante suceso diplomático: la firma del Tratado de paz, amistad y renuncia al cobro de los gastos de guerra. El documento fue rubricado por los cancilleres del Paraguay y de Uruguay, José Segundo Decoud Domec y Enrique Kubly y Arteaga. Por este acuerdo, se condonaron las deudas de guerra con la Triple Alianza, referente al Uruguay y cuya conse-cuencia inmediata fue la devolución de los trofeos en poder del Uruguay a nuestro país.
En efecto, según aquel Tratado, la República del Paraguay reconocía como "deuda suya" la cantidad de 3.690.000 pesos como importe de los gastos de guerra hechos por la Repú-blica Oriental del Uruguay para la campaña guerrera de 1865-1870, además de los "daños y perjuicios irrogados por la guerra, a los ciudadanos y demás personas amparadas por el derecho de la República Oriental del Uruguay".
Pero esta república, según dicho Tratado, "accediendo a los deseos manifestados por el Gobierno del Paraguay, y deseando dar a esta República (el Paraguay) una prueba de amistosa simpatía, a la vez que como un homenaje a la confraternidad sudamericana", declaró su renuncia formal al cobro de los gastos de guerra, equivalente a la suma mencionada, exceptuando las reclamaciones de particulares que pudieran sobrevenir dentro de los siguientes 18 meses desde la firma del Tratado.
La devolución de los trofeos se gestó durante una visita que el ministro de Relaciones Ex-teriores paraguayo José Segundo Decoud hizo a la capital uruguaya, en tránsito a Europa, ocasión en que fue recibido por el presidente, General Máximo Santos. Cuando el mandatario uruguayo y el canciller paraguayo, durante la visita a varias oficinas oficiales, estaban a punto de dirigirse al Museo Histórico, el General Santos cambió intempestiva-mente de planes. Por tacto, no podía llevar a tan ilustre visitante al lugar donde se exhibían los trofeos de guerra que el ejército de su país tomó al del Paraguay durante la pasada gue-rra de la Triple Alianza.
Dos años después de la firma del Tratado, a principios de abril de 1885, el presidente uruguayo, general Máximo Santos dirigió un mensaje al Congreso de su país, en el que incluyó un proyecto de ley, cuyo primer artículo decía "Concédese a V.E. la venia que solicita para devolver a la República del Paraguay los trofeos que tomó el ejército oriental en la guerra de la Triple Alianza contra el tirano de aquella Nación". Luego de breve tratamiento, los congresistas aprobaron la ley por aclamación.
El 14 de abril, el presidente Santos informó al encargado de negocios paraguayo en Montevideo, Juan José Brizuela, la determinación de su gobierno y que a fin del mismo mes, saldrían de Montevideo con destino a Asunción, las cañoneras General Artigas y General Rivera, conduciendo los trofeos.
El viaje de ambas cañoneras, con una nutrida delegación a bordo, sufrió algunos atrasos y sólo pudieron zarpar varios días después de lo programado. La comitiva que acompañó a los trofeos devueltos incluyó a delegados de ambas cámaras del Congreso nacional uruguayo, miembros del Poder Ejecutivo, encabezados por el ministro de Guerra y Marina, general Máximo Tajes, representantes del Poder Judicial, del Ejército, de colegios, el Regimiento 5º de Cazadores con su banda de música, etc.
Al tener conocimiento el gobierno paraguayo de la partida de las cañoneras que conducían a la delegación uruguaya y los trofeos de guerra devueltos por el gobierno uruguayo, dispuso que la recepción de la comitiva y los mencionados trofeos se hicieran con la mayor solemnidad que requería un acontecimiento de ese género y como expresión de gratitud y simpatía "a que el Pueblo y Gobierno Oriental se han hecho acreedores con la Nación Paraguaya", según decía el decreto presidencial respectivo, promulgado por el gobierno del general Bernardino Caballero Melgarejo.
Por medio de dicho decreto, el Gobierno dispuso que el día de la llegada de la delegación uruguaya fuera feriado nacional; que la llegada de la comitiva fuera saludada con una salva de 21 cañonazos, la entonación del himno uruguayo y el izamiento del pabellón de aquel país "en el asta de la bandera de la Capitanía del puerto y arriándose la bandera nacional, mientras dure la salva".
Igualmente, designó una comisión especial encargada de la recepción de la comitiva uru-guaya y su acompañamiento hasta la sede del gobierno nacional, y ordenó que al desembar-carse las reliquias, la cañonera Pirapó, toda empavesada, hiciera una salva de 21 cañona-zos.
Dispuso además, que un batallón de infantería de línea con su correspondiente banda de música se constituya en el puerto a solemnizar el acto del desembarco; que la banda de música ejecutase el himno nacional al tiempo de llegar a tierra las reliquias y se rindieran los honores correspondientes al pasar las banderas por delante del batallón, el que, formado en columna por mitades, debía acompañar a la delegación hasta el Palacio de Gobierno, donde una guardia de honor con su respectiva banda de música debía ejecutar el himno nacional a la entrada a la plaza de Gobierno hasta su llegada a la sede gubernamental donde serán solemnemente recibidos por el presidente y vicepresidente de la República, el obispo diocesano, el clero, funcionarios de estado y jefes de distintas reparticiones.
Nuevamente, al verificarse la entrega y recepción de los trofeos, otra salva de 21 cañonazos saludará el acto, al que fueron invitados docentes y alumnos de las diversas escuelas y colegios de la capital y pueblos vecinos, además de la población en general.
Para organizar la marcha de acompañamiento y de disponer todo lo referente a los actos a desarrollarse, el gobierno nombró una comisión integrada por los ciudadanos Francisco Rivas, Pedro P. Caballero, Dionisio Loizaga, Cecilio Báez y Fernando Riquelme.
Desde que las cañoneras uruguayas ingresaron a aguas paraguayas, los habitantes de los pueblos ribereños se convocaron a lo largo del trayecto, saludando a los ilustres viajeros agitando pañuelos blancos, encendiendo fogatas -a su paso en horas nocturnas- y entonando canciones, en señal de amistad y gratitud por el gesto del gobierno y pueblo uruguayos de la condonación de las deudas de guerra y devolución de los trofeos tomados por el ejército uruguayo durante la guerra contra la tríplice.
Las embarcaciones uruguayas pasaron por Humaitá, antiguo bastión paraguayo en un recodo del río epónimo, el 28 de mayo de 1885 y el 29, por Pilar. El 31 de mayo, a las 7 de la mañana, la flotilla uruguaya fondeó en la bahía de Asunción, donde fue saludada con las salvas de cañones y un abigarrado público de más de 10.000 personas.
A las nueve de la mañana de aquel memorable día, dice un cronista, "por diversas calles, convergieron a la plazoleta del puerto, las sociedades de Socorros Mutuos portuguesa, italiana, paraguaya y francesa, en corporación y con sus respectivas banderas y símbolos, como así mismo los alumnos del Colegio Nacional, Seminario Conciliar, escuelas municipa-Ales y particulares. Los balcones de las casas próximas se hallaban atestados de familias y cubiertos de flores y enseñas".
El desembarque se realizó a las 10:30 de la mañana, mientras la cañonera paraguaya Pirapó y la brasileña Fernando Veira, surtos en la bahía y elegantemente empavesadas, hicieron la salva de 21 cañonazos al desembarcar los trofeos.
Según una crónica de la época, "ya se encuentran otra vez en nuestro poder las banderas de la Patria. Las ovaciones fueron grandiosas, espontáneas y entusiastas. El acto fue tierno y conmovido a la vista de aquellas viejas enseñas de la patria, medio destrozadas y por la pólvora ensangrentadas, muchas de aquellas damas derramaron lágrimas, así como varios caballeros".
En medio de la algarabía popular, la delegación uruguaya llegó al Palacio de Gobierno, que entonces era el histórico edificio del Congreso nacional, donde fue recibida por las autoridadesobispo diocesano y el cuerpo diplomático acreditado ante el gobierno paraguayo.
Al entregar los trofeos, el general Tajes, jefe de la delegación, expresó, entre otras cosas: "... Si un día nuestras huestes pisaron en son de guerra el territorio de vuestros hogares, jamás un sentimiento de odio patricida, ni un propósito deliberado de predominio o de conquista, manchó la espada de los guerreros orientales, cuyas tumbas señalan todavía al pie de vuestras trincheras, tan gloriosamente defendidas, tan cruentamente conquistadas... Estaba escrito en los ocultos designios de la Providencia que los resultados de una lucha tremenda en que cada uno defendió con inmenso heroísmo, la seguridad de la patria, el honor y el prestigio de su bandera, se encerraba la vida del lazo de unión más estable que habrá de ligar para siempre a dos pueblos que aprendieron a estimarse y a amarse, aun en la hora suprema de la batalla".
Por su parte, el presidente paraguayo expresó que experimentaba "placer y dolor al contemplar estos despojos de la patria, devueltos hoy por los valientes que los supieron conquistar. La heroica y generosa República Oriental del Uruguay, al desprenderse de estas reliquias, viene a dar un elocuente ejemplo y estímulo a la concordia de los pueblos sudamericanos. Este acontecimiento sellará el eterno reconocimiento del pueblo paraguayo al pueblo y gobierno orientales".
A estas palabras siguió un brillante discurso pronunciado por el doctor Benjamín Aceval, agradeciendo el gesto del pueblo y gobierno uruguayos". Terminado el acto, se retiró del palacio, la multitud encabezada por el diputado Ildefonso Venegas, el director general de Correos, Manuel Ávila y el defensor general de menores, José G. Viera, portando banderas paraguayas.
El 4 de junio, la comisión uruguaya fue agasajada con un brindis en los salones del Palacio de Justicia -antiguo Club Nacional-, en cuya puerta se habían colocado los escudos paraguayo y uruguayo, bajo un arco de triunfo cuyos pilares se hallaban adornados con flores y con hojas de laureles. En esos días, en homenaje de los uruguayos, se realizaron otras festividades, comobanquetes, bailes oficiales y populares, carreras de caballos en la cancha Sociedad y otros lugares.
Días después, acompañados del presidente Caballero, visitaron el Solar de Artigas, en el barrio Santísima Trinidad, donde colocaron una placa conmemorativa.
En sesión de la Cámara de Diputados realizada el 10 de junio de 1885, por aclamación de todos sus miembros, uno de los homenajes que el gobierno paraguayo brindó al general Santos fue la declaración de ciudadano paraguayo y general honorario del ejército nacional. En la misma sesión fueron declarados ciudadanos paraguayos los integrantes oficiales de la comisión portadora de los trofeos: general Máximo Tajes, los doctores Carlos de Castro, Lindoro Forteza y Nicolás Granada, y el señor Clodomiro Arteaga. Este acto, también por aclamación, fue aceptado por la Cámara de Senadores en su sesión realizada dos días después.
Uno de los nombres más ovacionados en aquellas memorables jornadas fue el del general Máximo Santos -denominación que llevaría años después una de las principales avenidas asunceñas-. En gratitud por el gesto uruguayo, el gobierno nacional dispuso el arreglo y arborizado de la antigua plaza San Francisco, hasta entonces un despejado arenal destinado a la ejecución de condenados, para convertirla en una de las principales plazas de la ciudad con la denominación de República del Uruguay, cariñosamente bautizada por el vulgo, como Plaza Uruguaya. Para embellecerla, el gobierno uruguayo donó, además, un artístico enrejado de hierro forjado que, debido a las dimensiones del lugar, sólo cubrió dos de sus costados, siendo completados con una elegante balaustrada.
Cuando, en una de las transformaciones que sufrió, este enrejado fue llevado y colocado en una de las -hasta entonces- residencias suburbanas de la capital y es el que corona la muralla de la residencia presidencial, sobre la avenida Mariscal López. Durante la ceremonia de bautizo de la plaza, muchas damas se despojaron de sus alhajas y las depositaron en un cofre que fue enterrado, con el acta respectiva, en la esquina de las calles México y Eligio Ayala (algún tiempo después, manos desconocidas desenterraron dicho cofre y sustrajeron su contenido).
Así como apoteósica fue la recepción de la delegación y los trofeos, también lo fue la despedida. El pueblo -reunido en multitudinaria concentración- se agolpó en el puerto. Se repitieron los discursos, cerrados por un ¡Viva el Presidente Santos! proferido por el propio general Caballero a bordo del General Artigas, donde despidió a los ilustres visitantes, y que fue calurosamente seguido por la multitud. La cañonera Pirapó y el Cuartel de la Plaza saludaron a los viajeros con salvas de cañones. Poco después, las cañoneras zarpaban del puerto asunceño en medio de emotivas muestras de aprecio. Nuevamente, a lo largo de las barrancas del río, desde Ita Pyta Punta, hasta la confluencia de los ríos Paraguay y Paraná. Como grato recuerdo de su visita, la delegación dejó una donación a la Sociedad de Beneficencia, que permitió la construcción del Asilo de Mendigos de la capital paraguaya.

Luis Veron REVISTA ABC 20 DE ABRIL DE 2003

jueves, 16 de octubre de 2008

LA BATALLA DE CURUPAYTY


A 142 AÑOS DE UNA GRAN VICTORIA EN KURUPA’YTY
1. Prolegómenos de una “guerra sucia” (parte I)

Mediante astutas negociaciones, don Carlos Antonio López dilató todo lo que pudo la eventualidad de una guerra internacional contra sus vecinos. Sabía -en su intimidad- que la misma era inexorable por las desmesuradas y antiguas apetencias de aquellos, pero esforzadamente ganó tiempo con miras a instituirse, porque el Paraguay carecía de un ejército formal y organizado. Para ello, confió en su hijo Francisco Solano, quien llevó adelante la misión encomendada con seriedad, dedicación y empeño, aunque con escasa “academia militar”. Sin embargo, don Carlos en su lecho de muerte advirtió a su primogénito que las diferencias debían ser salvadas “con la pluma y no con la espada”.
Se iniciaba la marcha al Mato Grosso. Esta en una imagen recreada por Walter Bonifaci.
La coyuntura regional no permitió aplicar ese criterio, lo que desencadenó en la más feroz guerra de la historia sudamericana. Para conmemorar la inigualable gesta de Kurupa’yty (22-IX-1866), evocamos los prolegómenos de aquella gran batalla referidos al año 1864 que condensamos a continuación.
El 26 de enero de 1864, como consecuencia de las históricas ambiciones porteñas sobre la República Guarani, el enfrentamiento epistolar y las indiferencias por cada acto se radicalizaron entre la Argentina y el Paraguay. López inicia los aprestos militares expidiendo una orden de “conscripción general”, organizó personalmente el famoso “Campamento Cerro León” cerca de Piraju, al pie de la cordillera de Azcurra. Todo el país se iba militarizando con el objetivo de “hacerse oír” en los sucesos del Río de la Plata, pues los rioplatenses solo miraban al Paraguay para la reconstrucción del antiguo Virreinato del Río de la Plata con el viejo espíritu anexionista y de dominación.
El 10 de febrero de 1864, rápidamente todo el Paraguay se transformó en un gran campamento. Los hombres reclutados aparecían de todos lados. López personalmente dirigió los trabajos de disposición e instrucción de la tropa. Diez días después puso al frente del campamento al recientemente ascendido brigadier Wenceslao Robles. El vapor de guerra “Paraguari” llegó al puerto de Montevideo el día 27 y es parte de un incidente diplomático tras cobijar en su interior a 3 orientales desterrados. Más tarde Uruguay pediría disculpas.
El 15 de marzo de 1864, ante la situación planteada y sin más preámbulo, el presidente Francisco Solano envía oficialmente al vicepresidente Francisco Sánchez a Europa (París - Londres) para adquirir armamentos y mandar construir acorazados modernos para la flota paraguaya. Mientras tanto, en Uruguay la situación política era insostenible ya que el presidente constitucional Bernardo Berros concluía su mandato presidencial y tenía una guerra civil en ciernes, entre blancos (gobierno) y colorados al mando de Flores.
El 5 de abril de 1864, se “denuncia” en el Parlamento imperial que ya no se pueden tolerar los dantescos horrores sufridos por los residentes brasileños en el Uruguay desde 1852 en una variedad de tropelías sufridas por los súbditos imperiales durante los disturbios políticos de aquel país. Las dos cámaras se pronunciaron unánimemente a favor de la intervención. Consecuentemente, el gobierno imperial presentó una demanda perentoria de “restitución, reparación y garantías” a ejecutarse en la más rigurosa brevedad.
El 1° de mayo de 1864, el gobierno uruguayo a través de su ministro de RR.EE. Juan José de Herrera pone en conocimiento a López de los peligros que corre la independencia uruguaya y que ya no se trata solamente de la Argentina, sino también del Brasil, y que juntos podrían organizar una intervención armada en la República Oriental, incluso para ir luego en contra del Paraguay.
El 13 de junio de 1864, el embajador oriental en Asunción, José Vázquez Sagastume, por iniciativa propia, solicita al gobierno imperial del Brasil la actuación del presidente paraguayo Francisco Solano López como mediador en el “conflicto interno” suscitado. López acepta encantado la idea, pero los dos países lo rechazan ex profeso. Se consuma pues, la traición uruguaya. Los mediadores paralelos: Rufino de Elizalde (Ministro de RR.EE. de Argentina), José Antonio Saraiva (Ministro de RR.EE. del Brasil) y Edward Thornton (Ministro Británico en Buenos Aires), un atizador ejemplar, entran con ímpetu en la labor mediadora. En esos “encuentros conciliatorios” y sobre todo en Puntas del Rosario, “en secreto”, fueron gestando la Triple Alianza contra el Paraguay.
El 14 de julio de 1864, la República Oriental del Uruguay envía a un comisionado especial a Asunción, Antonio de las Carreras (Jefe de los Blancos), para recomponer sus relaciones con el Paraguay después del desaire que le ocasionara por el rechazo de la mediación de López y por los acuerdos logrados con los otros negociadores en Puntas del Rosario. Al final, el Uruguay aprobaba “todo lo actuado” por su ministro en Asunción José Vásquez Sagatume, pero hipócritamente se movía a varias aguas.
El 24 de agosto de 1864, intentando evitar ser oprimida su independencia por una potencia imperial anexionista, el Uruguay solicita la intervención del Paraguay ante el ultimátum brasileño del 4. La celada conspiraticia estaba en marcha y el 30, López dirige al Brasil un contraultimátum: El Paraguay no puede mirar con indiferencia ni menos consentir, que en ejecución del ultimátum, las fuerzas brasileñas, navales o terrestres, ocupen parte del territorio del República Oriental del Uruguay.
El 3 de septiembre de 1864, se produce el primer incidente serio entre Uruguay y el Imperio del Brasil. El vapor oriental “Villa del Salto” fue atacado e incendiado por un buque imperial. El gobierno uruguayo expulsa de Montevideo a los diplomáticos brasileros y declara rotas las relaciones. Paraguay volvió a protestar al imperio anunciando la guerra si el Brasil no cedía a sus pretensiones, pero el Imperio desoía con meras retóricas y artificios todos los clamores guaraníes.
El 12 de octubre de 1864, el Brasil invade al Uruguay e inicia el operativo en la Villa Melo para luego tomar progresivamente otras ciudades orientales. En la brevedad, el Partido Blanco sería forzado a dimitir para entregar el poder a Venancio Flores, el “indicado” por sus amigos de la Triple Alianza. Las elucubraciones ya estaban en marcha y solo se ejecutaban los pactos paso a paso. El 29 Francisco Solano pasa revista a las tropas en Asunción en la plaza “14 de Mayo” y despacha un importante contingente a Humaitá.
Presidente de la República y comandante en Jefe, Mcal. Francisco Solano López.
El 12 de noviembre de 1864, producida la invasión brasileña al Uruguay, Francisco Solano ordena la detención y retención del buque brasileño “Marqués de Olinda” que surcaba el río Paraguay con destino a Mato Grosso y comunica al Brasil a través de la cancillería nacional el siguiente oficio: quedan rotas las relaciones entre este gobierno y el de S.M., el Emperador. El 14, fueron “expulsados” de Asunción el embajador César Sauvan Vianna de Lima y todo el personal diplomático.
El 24 de diciembre de 1864, se inició por agua y por tierra “La Campaña del Mato Grosso” integrada por 5.700 hombres en total, siendo encabezados por el coronel Vicente Barrios, el teniente coronel Francisco González y el capitán Pedro Ignacio Meza con 5 vapores y 3 goletas. El coronel Isidoro Resquín y los capitanes Blas Rojas y Juan Bautista Agüero, con la infantería y la caballería abrieron una segunda columna, el capitán Martín Urbieta y los tenientes Manuel Martínez y Narciso Ríos en una tercera columna enfilaron hacia el este. Comenzó la guerra en su faz militar y 4 días después de iniciarse el operativo, se tomó el Fuerte Coimbra. Luego sucesivamente fueron cayendo Corumbá, Albuquerque, Dourados, Noiac, Miranda, Coxim, dejando sin efecto Cuiaba al informarse los paraguayos que el mismo fue abandonado por sus habitantes. La campaña fue fulminante y exitosa. En menos de 15 días, el Paraguay recuperaba todas sus tierras ocupadas clandestinamente por el Brasil a lo largo de toda la historia colonial. Al concluir la hecatombe guarani, el imperio lo anexaría dolosamente sin más miramientos. En esta campaña fallecieron algunos jefes paraguayos como los tenientes Andrés Herreros y Gregorio Benítez, los alférez Manuel Brítez y Pedro Garay, los subtenientes Juan Tomás Rivas y Manuel López, el sargento Laureano Sanabria, el soldado Pedro Castellano y una centena más de ellos.

2. La cruel realidad de la “guerra sucia” (parte II)

Francisco Solano se vio compelido, por las intentonas anexionistas de los vecinos, a tomar la iniciativa bélica para garantizar su soberanía. Primeramente penetró en el Mato Grosso, territorio históricamente paraguayo ocupado sigilosamente por el Brasil durante décadas, para luego acudir a la solicitud de auxilio del hermano pueblo uruguayo, que estaba siendo invadido y ocupado por el imperio brasileño. López presagiaba que también podría ocurrir posteriormente con el Paraguay, objetivo apetecido y centenariamente codiciado tanto por el Brasil como por la Argentina.

Imponente descripción del “sitio de Uruguayana”, donde el ejército paraguayo fue rodeado en agosto de 1865 hasta su capitulación el 18-IX-65, sin haber disparado “un solo tiro” (óleo de Cándido López). Al enterarse el Mariscal de lo acontecido con su ejército, “derramó copiosas lágrimas”.
El desarrollo de aquellos acontecimientos de 1865 sintetizamos en este segundo capítulo.
El 14 de enero de l865, el ministro de RR.EE., José Berges, se dirige a la Argentina solicitando permiso para que el ejército paraguayo pudiera transitar por cierta parte del “territorio argentino” para ir al auxilio de Uruguay. La idea en un principio fue apoyada por el líder entrerriano Justo José Urquiza, pero luego defeccionó y traicionó a la causa paraguaya. Mediante la artera ley de la “indiferencia” (que solo resultó de estratégica importancia para sus intereses personales), se alió con pasividad a la espuria alianza. Está por demás recordar que Argentina denegó el permiso requerido, produciéndose los resquemores necesarios como para encender la mecha bélica.
El 23 de febrero de 1865 la ciudad de Montevideo caía en poder del jefe de una facción de facinerosos orientales, el general Venancio Flores, que de la mano de Río de Janeiro y Buenos Aires se apropiaba del poder en el Uruguay. Se consumaba el “servicio irrestricto” uruguayo al ejército imperial brasileño invasor y al “nuevo” ejército porteño/federal colaboracionista con los imperiales. Era la consumación de la “trilogía de vándalos” (como lo calificara el crítico e historiador argentino Dr. Juan Bautista Alberdi) que ejecutaba a la perfección el plan urdido con la firma de un Tratado Secreto de Triple Alianza, para exterminar y repartirse el Paraguay.
El 5 de marzo de 1865, en Asunción, era convocado con urgencia un Congreso Nacional Extraordinario dictaminando las siguientes disposiciones: a) Se confirió a Francisco Solano el grado de Mariscal y se le pidió que se abstuviera de ponerse al frente de su tropa, en resguardo de su vida. Se le aumentó el sueldo a 60.000 pesos anuales. Fue autorizado el Gobierno a concertar un empréstito externo de 25.000.000 de pesos fuertes para la defensa nacional. Se amplió el número de brigadieres generales. Se creó la condecoración “Orden Nacional al Mérito”, adoptando como modelo el decreto del emperador francés Napoleón Bonaparte que instituyó la “Legión de Honor”; b) Por unanimidad y aclamación, se promulgó la ley que estipulaba la aprobación de la conducta del Poder Ejecutivo frente al provocativo Brasil “que con sus desplantes amenazaba el equilibrio del Río de la Plata” y se declaró la guerra “al actual gobierno argentino”, por lo que el presidente, general Bartolomé Mitre, en una proclama cargada de maquinaciones y soberbia, ante la muchedumbre arengó: En 24 horas en los cuarteles, en 3 semanas en la frontera y en 3 meses en Asunción.
El 14 de abril de 1865, en un Viernes Santo, el general Wenceslao Robles, al frente de un ejército que totalizaba 25.000 hombres, invade la Provincia de Corrientes sin combate, siendo amistosamente recibido en la ciudad. Una convocatoria popular constituyó una Junta Gubernativa “Pro Paraguay” que gobernó la provincia aliándose a la república guaraní. Aquí, en forma especial, debemos recordar que el 3 salió de Humaitá para Buenos Aires la “declaración de guerra” paraguaya que aviesa y deliberadamente el general Mitre lo ocultó, sin darlo a conocer a la opinión pública, a fin de incriminar al Paraguay como “agresor e invasor sin declaración de guerra”. Entre tanto, en el mismo día de la ocupación de Corrientes, caía asesinado el presidente norteamericano Abraham Lincoln.
¡Un héroe! Capitán de fragata Pedro Ignacio Meza, comandante naval paraguayo. Llegó a Humaita mal herido, falleciendo días después.
El 1 de mayo de 1865 se firmaba en Buenos Aires el fatídico Tratado Secreto de la Triple Alianza en contra del Paraguay, cuyo contenido, por una indiscreción de ciertas “autoridades”, llegó hasta el Parlamento británico, que sin titubeos lo dio a publicidad. El mundo reaccionaba en contra del “monumental atropello” y se solidarizaba, pero nadie asistió al Paraguay por semejante atropello. Todos se pasaron contemplando –como inadvertidos– desde los más diversos ángulos el cataclismo y la inmolación guaraní. El 5 se inicia la expedición al Uruguay al mando del Tte. Cnel. Antonio de la Cruz Estigarribia y del mayor Pedro Duarte.
El 9 de junio de 1865 el mariscal Francisco Solano López se aleja de Asunción para nunca más volver. Se instala en su cuartel general de Humaita y deja la capital al mando de su vicepresidente, Francisco Sánchez. Para poseer dominio del río, de vital importancia para la guerra, López concibe un plan temerario con el propósito de definir la guerra como un relámpago. En el mismo día en que las fuerzas terrestres tomaban San Borja, el 11, se intenta sorprender a la escuadra brasileña apostada en la desembocadura del Riachuelo. La flota paraguaya, al mando del capitán Pedro Ignacio Meza, era consciente de su inferioridad, por lo que fue necesario asestar un golpe de mano mediante la sorpresa y la audacia aplicadas en un imperceptible amanecer. Una avería en el “Yvera” cerca del objetivo echó por tierra el plan, produciéndose la lucha cerca del mediodía. Meza fue herido de muerte y traspasó el mando al Cptán. Remigio Cabral, que iba al mando del “Takuary”. De los 14 “buques nacionales” solo 4 quedaron en pie, con serias averías que maltrechas se dirigieron a Humaita. El objetivo estuvo cargado de infortunio, fue una derrota catastrófica y la definitiva pérdida del “dominio del río”. El 26 se logra una victoria en Mbutuy, donde 400 hombres al mando del Cptán. José del Rosario López enfrentó a 3.500 brasileños, siendo estos rechazados, con grandes bajas en sus filas.
El 4 de julio de 1865 el “amigo” de Paraguay, general Justo José de Urquiza, fracasa en el reclutamiento de su tropa para alistarse a la lucha. Miles de hombres abandonaron a su indiscutido jefe de “Caseros, Cepeda y Pavón” renuentes a combatir junto a los porteños contra los paraguayos. Ellos querían pelear contra porteños y brasileños. El 18 los guaraníes protagonizan una difícil operación cruzando los ríos Ypeju, Toropaso y el arroyo Ymbaha, con rumbo a Uruguayana y Paso de los Libres. El 21 combaten 600 paraguayos al mando del mayor Pedro Duarte y el teniente José Zorrilla contra 800 correntinos aliancistas que se desbandaron por completo.
El 11-VI-1865, en la desembocadura de un riacho sobre el río Paraná, se produjo la batalla naval más importante de la guerra. A esta contienda se la rotuló “La batalla del Riachuelo”, donde la escuadra paraguaya fue rebasada por la imperial, estableciéndose el “dominio de los ríos” a favor de los aliados (óleo de Eduardo de Martino).
El 2 de agosto de 1865 el mayor Duarte ya se encontraba en Paso de los Libres, al otro lado del río Uruguay. El 5 la otra columna, al mando de Estigarribia, se apoderó sin resistencia de Uruguayana. El 17 se produce una catastrófica derrota en Jata’i. 2.900 hombres sin un solo cañón se enfrentaron a 10.680 aliados con 32 piezas de artillería. Murieron 2.000 paraguayos. El 18 comenzó el sitio a Uruguayana, con 20.000 hombres de la alianza, que duraría 30 días ininterrumpidos.
El 8 de septiembre de 1865 fueron comisionados por la alianza, para gestionar ante Estigarribia la rendición sin condiciones, dos figuras claves de la “Legión Paraguaya”: Juan Francisco Decoud y Fernando Iturburu, quienes influyeron y persuadieron al jefe paraguayo a defeccionar. Después de 10 días de tribulaciones, el 19, Antonio de la Cruz Estigarribia, 58 oficiales y 8.000 soldados, sin haber disparado un solo tiro, capitularon a las 4 p.m. Las humillaciones fueron innumerables, siendo la mayoría de los prisioneros vendidos como esclavos y otros obligados a pelear contra su propia patria integrando las tropas aliadas o legionarias. Algunos actuaron de baqueanos (guía) al servicio de la alianza.
El 3 de octubre de 1865 López ordena abandonar territorio argentino. El saldo no era nada halagüeño. Lo más granado del ejército paraguayo quedó aniquilado con los desastres de Riachuelo, Uruguayana y Jata’i. El general Resquín (el nuevo jefe en reemplazo de Robles, quien fue destituido) repasa todo el Paraná y logra reagrupar 19.000 hombres, de los cuales 5.000 estaban enfermos. Además, unos 5.500 habían perecido en toda “La Campaña de Corrientes”, que sumados a los rendidos por Estigarribia orillaban una pérdida de 21.000 guerreros, demasiado para un pequeño ejército que recién empezaba su lucha de características homéricas, como aquella librada por “David contra Goliat”.
El 12 de noviembre de 1865 los aliados se concentran en el río Batel y preparan la invasión del territorio paraguayo. Más de 35.000 hombres se alistaban para el desembarco. El 25 López se traslada de Humaita a Paso de Patria, donde pudo reorganizar un ejército con 30.000 hombres. Se establece el principio de la “guerra defensiva” en el cuadrilátero donde la naturaleza se mostraba pródiga para elaborar una férrea defensa. Se ordenaron el refuerzo y las construcciones de nuevas fortificaciones en Humaita, Kurusu y Kurupa’yty.
El 8 de diciembre de 1865 el general Bruguez se establece en Itapiru con su artillería para apoyar las fugaces incursiones de pelotones y compañías paraguayas al otro lado del río. Entusiasmados por el éxito de las misiones furtivas sobre las líneas aliadas y con irrisorias bajas en las propias, López ordena continuar con los operativos en canoas, piraguas o simplemente con troncos o a nado para desgastar a las tropas enemigas y capturar armamentos e informaciones. El 25 arriban los aliados a Corrales para disponerse a la invasión del Paraguay, entre ellos los generales Bartolomé Mitre y Luiz Manoel Ozorio.
3. Atrincherados contra la “guerra sucia” (parte III)
Después de la debacle en la “Campaña de Corrientes” se producía la completa evacuación del ejército paraguayo. Así comenzaba la etapa más difícil de la confrontación. Las esporádicas incursiones al otro lado del río eran cada vez más difíciles por el dominio acuático que ejercían los imperiales, por lo que López planificó librar la guerra en el cuadrilátero (confluencia de los ríos Paraná y Paraguay) y preparar allí un “verdadero infierno bélico” para el enemigo.

Espléndidas y sucesivas victorias motivarían a los jefes y a la tropa para afrontar con estoicismo la abismal diferencia armamentista y de abastecimiento que existió entre los dos ejércitos. Las cartas estaban echadas y habría que afrontarlas hasta “la última gota”.
Inmediatamente después de ser sometidos a juicio por una “corte marcial”, fueron fusilados el 6 de enero de 1866, por un pelotón en Paso de Patria, todos los comandantes paraguayos que se entregaron sin pelear y aquellos que fracasaron por negligencia militar en la campaña de Corrientes. Entre ellos podemos citar al mismo general Wenceslao Robles, mayor José de la Cruz Martínez, capitán Juan Francisco Valiente, alférez Manuel Gaona y varios soldados. Era el régimen implacable de la guerra que regiría durante toda la contienda, basamentada sobre los dos principios básicos de la doctrina lopezista: “Dios, Patria y Libertad” y luchar sin claudicar hasta “Vencer o Morir”.

VICTORIA EN CORRALES (PEGUAHO)

Las estratagemas ligeras seguían produciéndose en territorio reclamado por la Argentina para anexarlo (margen izquierda) del río Paraná, afluente totalmente dominado por la “escuadra brasileña” que se paseaba por todo el río. Allí se generaban las “fricciones acuáticas” más inverosímiles. Después de la destrucción de la flota guaraní en la batalla de Riachuelo, solo con audacia militar era posible enfrentar al poderoso enemigo dueño absoluto de los ríos. Sin embargo, los “marinos paraguayos” al mando del teniente José María Fariña mantenían en vilo a las fuerzas navales imperiales con originales tácticas, insólitos inventos armamentísticos y con gran caudal de arrojo por parte de los “soldados guaraníes”. La omnipotencia imperial generaba la “pasividad” naval brasileña. Esto fue aprovechado por la tropa de Francisco Solano López y el 31 de enero de 1866 un desembarco sorpresivo del ejército paraguayo, compuesto de 1.000 hombres al mando del todavía coronel José Eduvigis Díaz y los tenientes Celestino Prieto y Saturnino Viveros, promovió una profunda incursión paraguaya logrando una importante victoria en Corrales a expensas del ejército argentino comandado por el temperamental coronel Emilio Conesa, que se dispersó por completo, declinando del combate a muerte con espada y bayoneta calada. Esta situación colmó la paciencia porteña, por lo que la prensa argentina criticó y protestó airadamente ante el comandante imperial que se encontraba en Buenos Aires, el inefable almirante Joaquím Marques Lisboa “Tamandare”, por la indiferencia de su flota, que de actuar otro hubiera sido el resultado del combate. Los medios informativos porteños, que años atrás propugnaron una alianza con el Brasil, ahora señalaban con enojo que la ausencia de los brasileños en las operaciones bastaba para dejar sin efecto la alianza.

ESTERO BELLACO Y TUJUTY (I)

La “Batalla de Potrero Sauce”, que duró tres días y culminó con una resonante victoria paraguaya. Aquí peleó y murió, el 18-VII-1866, el capitán Rómulo José Yegros, hijo del brigadier y héroe de la independencia Fulgencio Yegros (grabado publicado en París por “L’Illustration Journal Universel”).
El nuevo plan de guerra de Francisco Solano López consistió en atraer a los aliados a territorio dominado por los paraguayos, donde la topografía y el pleno conocimiento del terreno se presentaban favorables a los propósitos bélicos del ejército nacional. Ante el estratégico “abandono” del fuerte de Itapiru del 16 de abril 1866, “invitando” a los aliados a cruzar el río libremente, se producía el desembarco al mando de Luiz Manoel Ozorio para acampar en el sur de Estero Bellaco. Ahí se producía la gran sorpresa. Los aliados fueron atacados el 2 de mayo de 1866 por una facción de paraguayos compuesta por 3.800 hombres al mando de José Eduvigis Díaz, secundado por los coroneles Francisco Fidel Valiente y Basilio Benítez, obteniendo inicialmente un resonante éxito. Con grandes bajas, los paraguayos se apoderaron de la artillería y banderas enemigas, incluso el general uruguayo Venancio Flores estuvo a punto de caer prisionero, lo que hubiera significado una clamorosa conquista. Cuantiosas bajas se ocasionaron a los aliados, estableciéndose los mismos al norte de Tujuty con miras a evitar una nueva sorpresa. Era precisamente lo que Francisco Solano López pretendía para rematarlos con una gran tenaza de fuego y liquidar al ejército enemigo.

UNA BATALLA DE GIGANTES

Sin embargo, la excepcional idea del comando militar paraguayo no contaría con el error de uno de sus principales jefes. El 24 de mayo de 1866 llegaría la batalla más grande del continente hasta hoy día. Una tropa de 22.000 hombres, dispuesta en 4 columnas, debía atacar con asombro y en forma simultánea a los aliados, pero el general Vicente Barrios, sindicado por el mariscal López para dar la orden de ataque con una señal a primera hora de la mañana (un cohete), inexplicablemente se retrasaba desapareciendo de esa forma el factor sorpresa concebido de antemano. Entonces, muy contrariado, el general José María Bruguez, a las 12 y 15 del mediodía, lanzó la señal con un cañonazo para iniciar el ataque general. Los aliados, ya apercibidos, evitaron la sorpresa. Preparados con 52.000 hombres sólidamente atrincherados, esperaron el ataque. Alucinados por la metralla, los paraguayos asaltaron con bríos las posiciones. El general Francisco Isidoro Resquín circunvaló por el ala izquierda del enemigo, el teniente coronel Hilario Marcó, con la infantería y dos regimientos de caballería, embistió por el centro, mientras el lado derecho fue confiado al impertérrito general José Eduvigis Díaz. El ataque combinado con infantes y artilleros a la reserva y cuartel general del enemigo por un largo desfiladero en el espeso bosque para caerles por la retaguardia fue llevado a cabo por el general Vicente Barrios, la columna del capitán Remigio Cabral se encargó especialmente de las trincheras de los invasores y el mayor Antonio Olavarrieta, con el R.I. 19, avanzó con la misión de destruir a dos batallones completos, logrando su objetivo. Las primeras trincheras fueron íntegramente tomadas por los paraguayos, pero la poderosa artillería aliada, con 120 cañones de diferentes calibres, defendió las posiciones centrales con éxito. Nada pudo hacer la heroica bravura de los paraguayos que morían abrazados a los cañones. Cinco horas y media duró el encarnizado combate, la mayor y sangrienta batalla campal librada hasta entonces en Sudamérica. Los paraguayos se retiraron con banderas enemigas, armamentos y prisioneros, dejando 6.000 muertos y 7.000 heridos, mientras los aliados resignaron 5.000 muertos y 4.000 heridos, con sus cuadros totalmente desorganizados. Fue una batalla de desgaste, prácticamente sin victoria para ambos bandos, siendo al final más perjudicial para el Paraguay, por lo reducido de su tropa, la obsolescencia de sus armamentos y la nula ayuda externa. El ejército paraguayo quedó muy disminuido, lo que pesaría durante toda la contienda debido a la superioridad numérica del enemigo.
La “Batalla de Tujuty”, 24-V-1866. Más de 70.000 beligerantes la libraron. Más de 20.000 muertos en combate, siendo conceptuada por los analistas como la contienda más grande de América (óleo de Cándido López).

SANGRIENTAS BATALLAS EN POTRERO SAUCE (BOQUERÓN)

Después de las terribles bajas, Francisco Solano López observó que la iniciativa ofensiva era más bien perjudicial para su ejército. Atacar no le redituaba beneficios determinantes. Las victorias eran pírricas, no definían el curso de la guerra y desgastaban el escaso medio con que contaba la milicia paraguaya. En consecuencia, López resolvió desde ese momento administrar sus fuerzas con avaricia, volviéndose más conservador, con miras a tentar algún contraataque fulminante que permita al Paraguay un verdadero “éxito de guerra”. Eligió a la fortaleza de Humaita como el eje de su sistema de defensa. Instaló su cuartel general en Paso Puku para desarrollar la maraña que contenga y destruya al enemigo. El río Paraguay fue fortificado en Kurusu y en Kurupa’yty y una vasta red de atrincheramiento defendió todos los pasos de los esteros accesibles a Humaita, además el moderno telégrafo unía a todos los sectores con el cuartel general. López estaba comunicado y con conocimiento de causa de cada acción y decisión. Así reorganizó su ejército después de la casi inmolación de Tuyuti, mandó fortificar convenientemente la Punta Ñaro de los bosques de Sauce y “esperó” a los aliados para la lucha. La construcción de las trincheras se ejecutaba durante la noche, al amanecer los aliados se dieron cuenta de la peligrosa obra e inmediatamente resolvieron desalojar a los paraguayos de sus posiciones. El 16 de julio de 1866, por primera vez sin la protección de su “escuadra naval”, las fuerzas coaligadas iniciaron la ofensiva y los fieros combates por las posiciones de las trincheras. Un cronista argentino del frente relataba: los paraguayos defendían las trincheras llenos de coraje, a bayonetazos, con piedras y balas que lanzaban con las manos, con paladas de arena que arrojaban al aire para cegar al asaltante, culatazos y botes de lanza. Varias veces los paraguayos –al mando de Díaz– retomaron sus trincheras, siendo desalojados nuevamente por el enemigo, para enseguida volver al ataque. En uno de esos contraataques, el coronel Elizardo Aquino, en una carga descabellada a campo abierto pero demostrando intrepidez y valor, fue herido de muerte. Antes de su muerte fue ascendido a general. El 18 de julio de 1866 la lucha adquirió su máximo vigor, alcanzando la mortandad de los contendores niveles insospechados. Fue una gran victoria del ejército paraguayo, que dejó 5.000 osamentas enemigas. Allí murieron el coronel español al servicio del ejército uruguayo León de Pallejas y otros oficiales de suprema graduación.
4. La “guerra sucia” sacude al continente (parte IV)
Conocidos los entretelones de la “alianza secreta” entre las tres facciones vandálicas para arremeter contra el Paraguay, el mundo se estremece por semejante elucubración, más bien parecida a los tiempos paleolíticos o bárbaros. Toda América, en forma unánime –desde la distancia–, abrazó la causa paraguaya.
Entrevista en Jataity Kora concretada el 22-IX-1866, recreada por Calo, nuestro creador. Bartolomé Mitre y Francisco Solano López intercambian ideas por la paz que finalmente no prosperaron.
La sórdida postura de los forajidos de turno que empuñaron las armas tenía una sola razón: apropiarse de los ricos y extensos territorios paraguayos, anexarlos a sus geografías, para luego “legalizar” sus posesiones con espurios tratados firmados con los personeros de la antipatria paraguaya, mercaderes y legionarios serviles, que hicieron (y siguen haciendo) añicos de la soberanía y autonomía nacional, para convertirla en una nación diminuta, con estricto beneficio para los banales, corruptos y traidores.
Y el “tratado secreto” recorría el mundo. Cuando llegó a Europa, los pueblos se escandalizaron, a pesar de que algunas autoridades oficiales, industriales, comerciantes y organizaciones bursátiles hacían la “vista gorda” por los subidos intereses que depositaban tanto en el Brasil como en la Argentina. De no haber tenido la “ayuda externa” que obtuvieron estos “aliados” para originar, desarrollar y sobrellevar la contienda, otro hubiera sido el resultado final. No debemos olvidar que el Paraguay afrontó la lucha con total restricción, sin ningún tipo de colaboración y totalmente bloqueado, sin entrada ni salida, con los armamentos encargados en Europa cedidos arteramente a los enemigos por los intermediarios de las mafias internacionales que dominaban las fábricas bélicas. Es precisamente por este factor que los países limítrofes nunca permitieron que el cerco o aislamiento al Paraguay sea liberado. Poseídos por el “efecto pavor” hacia la “civilización guaraní”, omiten con artilugios sus históricos y legítimos derechos por recuperar sus territorios y costas marítimas que desde la colonia les pertenecen, porque las condiciones de mediterraneidad facilitan el bloqueo económico, social, político y bélico, posibilitando el control geopolítico-militar de una comunidad diferente que habita la región y, en consecuencia, no se consienten su desarrollo y consolidación como República Guaranítica, libre y legendaria. La indebida apropiación de nuestros genuinos territorios por los buitres del Brasil y la Argentina mediante los sabidos artificios con el propósito de disfrazar y concebir los “visos de legalidad” a los tratados artificiales o inventados, es una profunda herida que todavía sangra en el pueblo paraguayo y que aún no ha sido cicatrizada.

PROTESTA COLECTIVA EN LA REGIÓN

a) La Argentina: a principio del año 1866 el Foreing Office, que había obtenido una copia en Montevideo, da a conocer en Londres y al mundo los términos del Tratado Secreto de la Triple Alianza. El público conocimiento de las estipulaciones generó una reacción general y volcó la opinión mundial a favor de Paraguay. El doctor argentino Juan Bautista Alberdi salió en defensa de la patria guaraní, el mismo Domingo Faustino Sarmiento cambiaría de opinión, el poeta argentino Carlos Guido Spano y otros connotados escritores publicaron libros condenando la alianza. Voces autorizadas se lanzaron en todas partes en defensa del Paraguay. La prensa mundial condenaba la “guerra de reparto”; entre ella el diario “La América” de Buenos Aires sostenía que: el tratado proclama el saqueo. El gobierno argentino se sentía impotente para sancionar a los distintos periódicos que hacían ardorosa apología del país con el cual oficialmente se estaba en guerra.
b) El Pacífico: los países del Pacífico, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia, presentaron una protesta colectiva contra la “usurpación programada”. Toribio Pacheco, ministro de RR.EE. del Perú, declaró: el tratado de la triple alianza contiene disposiciones que afectan al derecho público americano y no pueden ser aceptadas por los pueblos del continente. Por semejante tratado la guerra no se limita a reclamar un derecho, a vengar una injuria, a reparar un daño, sino que se extiende hasta desconocer la soberanía e independencia de una nación americana, a establecer sobre esta un protectorado, a disponer de su suerte futura, el Perú y sus aliados no pueden guardar silencio y el más sagrado e imperioso de los deberes les compele a protestar del modo más solemne contra la guerra que se hace con semejantes tendencias y contra cualesquiera actos que, por consecuencia de aquellos, menoscaben la soberanía, independencia e integridad de la República Paraguaya.
c) Oferta Boliviana: el presidente de Bolivia, general Mariano Melgarejo, no se limitó a protestar diplomáticamente. De consuno con el caudillo argentino general Juan Saa, resolvió enviar una carta a López cuyo contenido declaraba: Acredito ante V.E., como mi enviado particular y del General Saa al ciudadano argentino Juan Padilla. El mismo señor Padilla explicará a V.E. mi adhesión a la justa causa que sostiene la República del Paraguay contra tres naciones aliadas que no enarbolan otra bandera sino de la conquista y exterminio. Pero esa acción innoble jamás consentirá las demás naciones americanas. Puedo asegurar a V.E. que en caso de no llevarse a efecto la protesta hecha a la faz del mundo por las referidas naciones, yo con mi ejército iré en ayuda. Esperando noticias estoy para acudir presuroso para combatir al lado de V.E. las fatigas del soldado. Tengo pronta una columna de 12.000 bolivianos, que unidos a los heroicos paraguayos, harán proezas de valor. Don Padilla llegó después de larga odisea, pero cuando López se disponía a aceptar la oferta de Melgarejo, este fue depuesto del cargo y asesinado por una revolución triunfante, atizada por los aliancistas.

EL PARLAMENTO EN JATAITY KORA

Las sendas victorias logradas en Jataity Kora y Potrero Sauce levantaron el ánimo del ejército paraguayo, no así a los aliados, que consideraron el escarmiento como algo muy serio y delicado. Sin embargo, el 3 de septiembre de 1866 un ejército, comandado por el general brasileño Manoel Márquez de Souza, “Porto Alegre”, atacó y tomó la posición de Kurusu al mando del coronel Manuel Antonio Giménez, “Kala’a”, quien ordenó el repliegue, generando una directa amenaza a Kurupa’yty y Humaita. Los aliados, en vez de seguir adelante, se demoraron, lo que fue aprovechado por López para fortificar sin pérdida de tiempo las posiciones de Kurupa’yty ante la amenaza aliada. El máximo jefe paraguayo tenía dos caminos, por una parte: intentar la paz honrosa mediante el cese del fuego, y por la otra: ganar tiempo para prepararse mejor y continuar la lucha hasta el final. A esa altura Francisco Solano tuvo una idea feliz: propuso por escrito a Bartolomé Mitre y demás jefes aliados una conferencia, mientras tanto con ahínco y sin pausas se buscarían concluir las fortificaciones iniciadas en Kurupa’yty.
La entrevista se llevó a cabo entre las dos líneas de Jataity Kora el 12 de septiembre de 1866 en el mismo lugar donde dos meses atrás hubiera una fiera batalla. La conversación se inició a las 9 a.m. y concluyó a las 2 p.m., durando nada más y nada menos que 5 horas de parlamento. Traemos a colación algunos detalles del encuentro descriptos por el ingeniero inglés coronel George Thompson en sus Memorias “La Guerra del Paraguay”, el primer libro escrito sobre la epopeya: Al acercarse a la cita, las escoltas hicieron alto y los dos Presidentes se adelantaron solos. Después de los saludos de rigor y algunos vagos intercambios de palabras, Mitre mandó llamar al General Polidoro Jordán y a Venancio Flores para que asistieran a la entrevista. El brasileño respondió: “desde que el General en Jefe estaba presente, su asistencia era innecesaria”. El oriental vino y fue presentado a López, este sin titubeos lo inculpó de ser el causante de la guerra por haber solicitado y obtenido la intervención brasileña en la Banda Oriental. Flores contestó: “nadie era más celoso que él por la independencia de su patria”, retirándose al momento, quedaron solos López y Mitre. El Mariscal hizo traer sillas, una mesa, tinta y papel. Unas veces permanecían sentados y otras se paseaban. Se estableció un protocolo cuyo detalle decía: “que López había invitado a Mitre a tomar en consideración si la sangre derramada ya no era bastante para lavar sus mutuos agravios”, y que Mitre se había limitado a contestar: “que pondría el asunto en conocimiento a los gobiernos aliados, que eran los únicos competentes para resolver la cuestión”. Durante la entrevista, López preconizaba sus sentimientos pacíficos, Mitre le contestaba que él “no podría tomar determinaciones que no estuvieran de completo acuerdo con el tratado de la alianza” y pregunta a López: “usted cree que bajo estas bases podría terminar la guerra”, contestándole el Mariscal: “jamás podría aceptar las condiciones de ese tratado para firmar la paz y si estas son las únicas estipulaciones las resistiré hasta el último extremo”. Brindaron con agua y cognac, cambiaron sus respectivos látigos en recuerdo de la entrevista y Mitre dijo finalmente a López “que las operaciones de la guerra serían llevadas adelante con el mayor vigor”. Después de esto se separaron.
En aquella hora incierta de su gigantesca lucha por una causa loable y justa, cual era la de salvaguardar la soberanía y la integridad de la República del Paraguay, el parlamento de Jataity Kora señala un alto en el espíritu orgulloso del Mariscal y le da una exacta comprensión de su precaria posibilidad bélica de vencer, debido a la firme decisión de los coaligados en destruir al pueblo paraguayo para repartirse rapazmente su territorio y sus riquezas. (Mañana: La batalla que hizo zozobrar la Triple Alianza.
5. La batalla que hizo zozobrar a la Triple Alianza (parte V)
Como en las Termópilas de Grecia o en Massada de Israel o en Waterloo de Bélgica, en Kurupa’yty del Paraguay era la gran cita guerrera sudamericana. Por antonomasia, el 22 de septiembre es un día de imperecedera memoria para el Paraguay y la América toda. Quedaron tendidos miles de cadáveres en el campo cuando los clarines guaraníes anunciaron la colosal victoria después de cinco horas de encarnizada lucha. Se cumplen exactamente 142 años de la victoria militar más espectacular que el Ejército paraguayo conquistara en toda su historia.
Panorámica descripción de lo vivido por los combatientes de Kurupa’yty. El pintor argentino y lisiado de esta batalla Cándido López nos muestra en su colosal obra el sistema elaborado de trincheras superpuestas, infranqueables para el enemigo. El “Criollo”, uno de los cañones de 12 toneladas producido por el arsenal paraguayo, en plena “erupción” causando estragos a la infantería y caballería aliada. El mismo se encuentra como “trofeo” en el Museo de Luján, Argentina.
Anónimos hijos de este suelo con toneladas de almas circundando en el espacio, escribieron con sangre sus páginas de gloria en celestiales poemas. Familias enteras desaparecidas y una cultura aplastada en esa fatídica “guerra sucia” creada por tres países que firmaron una “alianza secreta” para repartirse sus territorios entre dos y de esa manera extinguirlo del atlas mundial.
En aquella terrible conflagración de mortalidad librada contra la República Guarani se materializaba el sitio, despojo y sometimiento de una nación aniquilada por los infames y eternos arbitrios de los vencedores. La necedad aliancista convirtió en partículas la cultura primigenia, magnífica y soberana que florecía y aromatizaba la región. Sin estar las heridas cicatrizadas, se “inventó” un mercado común de fachada (Mercosur), solo para seguir sojuzgando a los pequeños e indefensos países, práctica aplicada al Paraguay a través de toda su historia colonial e independiente, de ahí su lucha heroica. En la actualidad, sigue soportando bárbaros atropellos, discriminaciones, vejámenes y expoliaciones de diferentes estilos, adosados de un “ropaje legal” con miras a evitarse que este país peculiar vuelva a ser lo que fue: místico, civilizado, precursor, idealista y de vanguardia a toda prueba.

SE INICIA LA BRILLANTE VICTORIA PARAGUAYA

Después de la conferencia en Jataity Kora, López sabía que la paz era imposible, solo restaba pelear hasta el último suspiro. Los aliados se prepararon para atacar Kurupa’yty. El ataque debía iniciarse el 17, pero ese día y los tres subsiguientes llovieron torrencialmente, por lo que el almirante brasileño Joaquim Márquez Lisboa “Tamandare” solicitó que se postergue lo que resultó providencial para el ejército paraguayo, pues en la tarde del 20, tras ciclópea tarea cumplida -día y noche-, quedaron terminadas la trinchera y las fortificaciones en las barrancas proyectadas por el ingeniero húngaro coronel Frank Wisner de Morgenstern bajo la dirección del propio Díaz. A mediodía del 21 el general Díaz informa a López que las trincheras están listas para recibir al enemigo. Si todo el ejército me trae el ataque, todo el ejército quedará sepultado al pie de la trinchera. En un estrecho campo de 2 km entre el río y los esteros, 5.000 paraguayos con 49 piezas de artillería esperaron la embestida. La fuerza defensiva de Kurupa’yty estaba constituida por las tres armas en perfecta concatenación: 7 batallones de infantería bajo el mando del teniente coronel Antonio Luis González; 3 regimientos de caballería en la retaguardia al mando del más antiguo de los capitanes, Bernardino Caballero, esperando órdenes y 3 baterías de artillería al mando de los capitanes Pedro Gill, Adolfo Saguier y Pedro Hermosa, todos ellos bajo el mando del comandante general José Eduvigis Díaz. El ejército aliado estaba compuesto por 11.000 brasileños al mando del general Manoel Márquez de Souza “Porto Alegre”; y 9.000 argentinos dirigidos por el general Bartolomé Mitre, con apoyo de una importante artillería.
Gral. José Eduvigis Díaz, comandante victorioso de esta batalla.
… Y al 22 llegó el ansiado día. El cielo retumbaba a cañonazos. Desde el río el bombardeo combinado de 5 acorazados imperiales y 17 cruceros, sumándose la artillería de tierra con el propósito de demoler la fortificación. Se inició a las 7.30 a.m. y siguió toda la mañana sin causar el menor daño. Cerca del mediodía desde el navío “Beberibe” se hizo la señal convenida con el ejército de tierra para la iniciación del ataque. Dos acorazados remontaron el río pasando Kurupa’yty para bombardear desde la retaguardia la posición paraguaya. Mitre para el ataque dividió las fuerzas aliadas en cuatro columnas: 1ª y 2ª brasileñas y 3ª y 4ª argentinas. Al grito paraguayo de ¡Oúma Kamba!, los aliados advertían que el ataque se dirigía por el centro con dos columnas interiores y con las otras dos columnas por los extremos que marcharon para forzar los flancos de la línea paraguaya cuya derecha se apoyaba en el río Paraguay y la izquierda en la laguna Méndez.

ESTENTÓREA ERUPCIÓN DEL FUEGO PARAGUAYO

La artillería guarani escupió fuego abriendo huecos enormes en las masas asaltantes. Los soldados caían, se levantaban, avanzaban de nuevo, ya menos numerosos. Los paraguayos los esperaban con los fusiles en las manos. Los fuegos se desencadenaban, los cañones hacían picadillo de los cuerpos aliados. Los que estaban en pie seguían avanzando. Alcanzaban a la primera trinchera, de 4 metros de ancho y 3 de profundidad, medio llena con agua barrosa por las grandes lluvias acaecidas. Las escaleras de bambú (takuara) para el asalto, demasiados cortas, caían al fondo; los heridos se ahogaban. Los más rabiosos querían pasar a toda costa saltando por encima de los heridos, pisoteaban los cadáveres. Uno de cada veinte salía de esa tumba como autómata aullando y caía muerto a quemarropa o decapitado a machetazos. Había un infierno de alaridos de los que agonizaban en la explosión de las bombas y los cohetes. Un horrible espectáculo de los muertos y moribundos enredados; la gran trinchera estaba colmada de cuerpos, algunos se movían aún en esa cloaca de barro y sangre. Los desesperados gritos de los heridos acallaban los últimos tiros de los paraguayos. Era la guerra, el invento más horroroso del hombre.
La ofensiva se prolongaba hasta las 4 p.m. Las sucesivas marejadas de tropas aliadas lanzadas al ataque fueron destrozadas. El número de bajas del trío invasor llegó a 9.000 entre muertos y heridos. El enemigo yacía en el campo de batalla convertido en su tumba. Sin embargo, las bajas paraguayas fueron apenas de 22 muertos y 70 heridos. Allí murieron el ingeniero polaco coronel Luis Leopoldo Myskowsky alcanzado por un proyectil de cañón rayado Whitworth y el mayor Albertano Zayas volando por los aires en pedazos. Ambos fueron degradados por López yendo a pelear como soldados rasos. El primero, porque su ayudante de confianza Jaime Corvalán se convirtió en mimetizado espía a favor de los aliados causando graves daños al ejército guarani y el segundo, por ser el jefe del Batallón 10 que defeccionó en Kurusu. Terminada la batalla, toda la tropa con sus jefes celebraron la gran victoria. Con bandas y turututus se embriagaron con bulliciosas galopas entonando “Mamá che mosé”, “Cielito chopi”, “Himno nacional”, “La marsellesa”, “La caledonia” y otras piezas populares que enardecían el espíritu triunfador de la tropa. Francisco Solano se limitó en señalar a sus dirigidos: la paz que propuse sin temor, fue rechazada con desdén por los enemigos de la vida. Nuestra contestación la habéis dado con la victoria de Kurupa’yty, el Waterloo de los aliados. ¡Salud por la vida del general Díaz!

LAS CONSECUENCIAS DE KURUPA’YTY

Ing. austro-húngaro Franz Wisner de Morgenstern, diseñista de la trinchera.
La estrepitosa derrota tuvo enorme trascendencia. Militarmente paralizó al ejército de la alianza que demoró un año entero en recobrar el ánimo y el espíritu combativo como para reiniciar el belicismo. Cuatro días después (26), el general Venancio Flores regresaba a Montevideo con los 250 sobrevivientes de su cuerpo expedicionario. Un año y medio más tarde, el 19 de febrero de 1868 caía asesinado en una emboscada por las calles orientales, ajusticiado por sus rivales políticos que al grito de ¡Viva el Paraguay! ¡Muerte al Traidor! asestaron 8 puñaladas al apóstata.
El fracaso de los aliancistas provocó un hondo clamor pacifista en la Argentina y políticamente generó la explosión de una guerra civil. Se alzaron en armas las provincias de Cuyo, Mendoza y el norte argentino, haciendo tambalear al gobierno federal. Con prisa, Mitre abandonó el campo de operaciones dejando provisoriamente al general Luiz Alves de Lima y Silva “Caxías” la dirección del ejército, para regresar con urgencia a Buenos Aires al mando de una división de 4.000 hombres con el propósito de aplacar a los rebeldes. Del mismo modo, envió al general Wenceslao Paunero para acallar a todos los revoltosos. El ejército brasileño celebró su partida por lo que se abrió una insondable disidencia entre los dos aliados. Las incriminaciones mutuas agrietaron la solidaridad de los “asociados” en la triple alianza.
Del mismo modo, la derrota de Kurupa’yty trajo aparejada una dura crítica de la prensa escrita de Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo a los jerarcas de la alianza como Mitre, Porto Alegre, Tamandaré (quien fue sustituido por el vicealmirante Joaquim José Inacio), Polidoro y otros. El órgano oficial porteño “La Nación Argentina” atacó con rudeza a la escuadra imperial por su escasa acción y eficacia en los ríos. Explicaba: el rechazo del ejército aliado, hace más ceñida la necesidad de que la escuadra haga algo para facilitar las operaciones, un atisbo para la destrucción de Curupayty, ya que no quiere tener la gloria de reducir a silencio los cañones de Humaitá. ¡Tanto poder inactivo, tantos acorazados ociosos, tantos y tan grandes cañones silenciosos, tantos bravos marineros ansiosos de batirse y condenados a la inacción, cuando la alianza necesita con más urgencia que nunca del concurso activo de todos estos elementos! ¿Será posible que continúe esta situación? ¿Consentirá el Brasil en que la guerra se prolongue más de lo necesario y que se retarde el triunfo de la alianza, por inacción de la escuadra?

BIBLOGRAFÍA:

Artículos publicados en abc color, los días 20 al 25 de setiembre 2006 bajo la autoría de ALBERTO CANDIA, alcandia@abc.com.py